Por Tomás Marco
La composición musical es algo que puede entenderse como una actividad artística pero también como el ejercicio de un oficio y, aunque en ocasiones se insista sobre uno u otro aspecto, hay que señalar que no son en absoluto incompatibles y que casi siempre se dan las dos cosas aunque el balance entre uno y otro aspecto pueda ser distinto según los casos.
En realidad se podría decir algo parecido de la casi totalidad de actividades artísticas, pero en la música es algo que se acentúa más y aquí además es de música de lo que tratamos.
La consideración de la música como un arte estaba ya presente en los griegos, aunque paradójicamente los tratadistas y los filósofos se ocuparon más de la música como oficio que como arte.Y el oficio se acentúa más en la Edad Media para la composición. Cierto es que la música se estudiaba en el Quadrivium y como tal entró en las primeras universidades, pero se trataba más bien de la teoría musical. La música práctica, que en su mayoría se ejercía en torno a la Iglesia, era un oficio destinado al culto divino y borraba su aspecto artístico puestoque no se destinaba al disfrute del oído humano sino al realce de la ceremonia religiosa. De hecho, toda la gran controversia con la aparición de la Ars Nova se basaba en la discusión sobre si la música debía ser agradable al oído humano oera una práctica en la que eso no era lo importante. El famoso decreto del Papa Juan XXII contra la música “que embriaga los oídos y se olvida de la salvación de las almas” en pleno siglo XIV venía decir que a la iglesia no va uno a divertirse y que la música agradable es sospechosa.Y Juan XXII no era ningún idiota, pasa por ser uno de los más importantes papas de Avignon y fue el anotador de Santo Tomás de Aquino a quien elevó a los altares.
Es por eso que el Renacimiento tendrá que reelaborar el concepto de música como arte que se va ensanchando más tarde hasta hipertrofiarse en el Romanticismo.
Hoy no nos queda la menor duda de que la música sea un arte pero tampoco de que su práctica exige una formación previa y el desarrollo de un oficio. Esto es obvio para los instrumentistas pero no lo es menos para los compositores. Por mucho talento artístico que se tenga, si se carece del mínimo oficio no se podrán llegar a expresar las ideas. Esto hay que subrayarlo porque la persistente supervivencia de ideas decimonónicas, especialmente en torno a algo tan complejo como es la llamada “inspiración”, hace que se crea que el talento se exhibe solo, sin base técnica alguna.
Cómo se adquiere el oficio es también algo que ha cambiado mucho.A lo largo de la Edad Media era una cuestión de práctica. Los compositores iban saliendo de los practicantes musicales de las capillas musicales eclesiásticas tras largos años de práctica y aprendizaje. Más tarde, el estar con un maestro, ayudarle en sus trabajos y convivir con él acababa dando el necesario oficio. De hecho,sabemos que en el Barroco alemán no fue infrecuente el caso del discípulo que no solo estudia largos años como asistente de un compositor conocido sino que acaba casándose con su hija para sucederle en sus cargos musicales. El propio Johann Sebastian Bach realizó la peregrinación hasta el famoso Buxtehude para estudiar con él y sucederle. Pero parece que lo de la hija, que no debía ser especialmente agraciada, le echó para atrás.
Por su parte, Mozart aprendió su amplio oficio de músico desde muy pequeño junto a su padre que era un compositor e intérprete muy notable. Y Beethoven se formó con Haydn y con Salieri. Todos ellos aprendieron una técnica para luego ejercer su propia talento y sus ideas particulares.Y,aunque ya habían aparecido antes en Italia, son los conservatorios los que, a partir del siglo XIX, se encargan de la formación técnica de los músicos aunque hay que decir que, incluso hoy en día, la estancia junto a un maestro notable no se ha perdido del todo en algunos casos.Eso no es ni buen ni malo. Hay muchos maestros que imponen sus criterios al alumno y este para volar por su cuenta acaba por tener que romper con el profesor absorbente.No citaré nombres pero muchos tendrán alguno en la memoria. Pero también hay magníficos maestros que extraen los mejor de los discípulos sin imponerles nada. Durante décadas, un profesor de gran renombre internacional que sacó decenas de discípulos muy diferentes, fue el italiano GoffredoPetrassi, capaz de conferir un solido oficio en el que podían convivir las ideas más dispares.
Algunas leyendas románticas, que no han desaparecido del todo, han insistido en la importancia de la famosa inspiración frente al oficio. Desde luego que el más exquisito oficio no confiere talento artísticopero igualmente este para manifestarse necesita de un oficio.A veces incluso hay compositores que han resultado perjudicados por esta patraña-Durante mucho tiempo se consideró,por ejemplo, que Modest Músorgski era un compositor de ideas geniales que sin embargo no tenía el oficio suficiente para expresarlas. Y eso no es así, él poseía el oficio necesario precisamente para las ideas musicales que trataba de expresar.Una idea mal entendida de la objetividad del oficio es pensar que deba ser el mismo para todo. Por eso la obra, especialmente la teatral, de Músorgski fue ‘arreglada’ por Rimski-Kórsakov y otros, prácticamente por todo el que pasaba por allí, Shostakóvich incluido. Hoy día, lo más importante en su obra es quitar todo lo que otros le pusieron para sacar las soluciones que él dio y que se han revelado con el tiempo como las mejores. ¿Por qué?Porque el oficio no es un catálogo de soluciones estándar, al menos no debe serlo, sino tener los recursos para manifestar las ideas.
Un ejemplo realmente emocionante es el de Erik Satie quien, en plena fama, se apunta humildemente a la Schola Cantorum para cursar nada menos que cinco años de contrapuntorecibiendo su oportuno diploma. Él ya había estudiado piano y armonía mucho antes pero estaba harto de que se supusiera que sus audacias de lenguaje eran productos de una mala formación.Desde luego que ese aprendizaje, emprendido a los 40años, no modificó para nada su manera de escribir. Él ya tenía su propio oficio de antes, pero ahora podía acallar las críticas sobre su presunta falta de formación.
Como puede verse, la cuestión del oficio musical es variada y nada baladí. Además, es cierto que el oficio musical se puede ejercer sin tener grandes ideas artísticas y como una práctica necesaria.Mucho más difícil es intentar un arte sin oficio. Músicos prácticos que conozcan su oficio sin más requilorios se necesitan siempre y a muchos niveles. No hay ninguna necesidad de exigirles además que sean titanes artísticos.Eso sí, quien pretenda ahondar en el aspecto artístico creativo de la música, además de poseer el oficio adecuado, tendrá que ser capaz de plasmar ideas nuevas, resultados artísticos diferentes y pasos adelante en la larga evolución que ya lleva el arte musical.Eso no resulta nada cómodo porque no podrá ser entendido con las herramientas hasta entonces conocidas y todo lo novedoso no es igualmente bien recibido por todo el mundo.Pero, al igual que Beethoven aprendió su oficio, entre otros, de Salieriy, sin embargo, no se limitó ni mucho menos a repetir sus planteamientos musicales, sino que planteó otros muy diferentes, los compositores posteriores deben encontrar su voz más allá del oficio. Y ahí nos encontramos con ideas, sensibilidades, nuevas emociones y, en verdad, con todo lo que implica la introducción de algo importante: la estética y su evolución.
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