Hoy, 4 de septiembre de 2023, se cumplen 199 años del nacimiento del compositor, profesor y organista austriaco Josef Anton Bruckner, que nos legó más de 140 obras.
Por Ángel Tomás Lázaro
Un coloso y tres estatuas: victoria, libertad y el bien invencible
¡ESTALLO EN MIL SONIDOS! Niké majestuosa se ha posado frente a mí y con todos los honores me ha coronado con el laurel de los grandes. Mi espíritu es el de un héroe. Las palabras del poeta, ‘Soy el amo de mi destino, el capitán de mi alma’, cobran vida, el corazón me brilla en el pecho. Estoy enaltecido como un sol incandescente que amanece en una playa solitaria, auspiciado por unas olas que se estrellan en el infinito. Nadie agita banderines, ni entona vítores a mi paso, no es necesario y lo sé. Aún resueno con la música de Bruckner como si fuese el metal de una campana que no ha parado de vibrar tras ser golpeado. Si en ese momento hubieras podido tocar mi alma habrías notado la fuerza de su resonancia como una descarga eléctrica.
Las sinfonías de Bruckner fueron creadas entre el descubrimiento de la diosa Victoria en el Santuario de los Grandes Dioses en la isla griega de Samotracia en el mar Egeo y la coronación del Mont Saint-Michel en Normandía con la escultura del Arcángel, pasando por el emblemático regalo de Francia a Estados Unidos de la colosal Estatua de la Libertad iluminando al mundo.
En 1863 es encontrada despedazada en Samotracia una magnífica estatua de la diosa Niké del siglo II a. C. Es el mismo año en el que Bruckner compone su primera sinfonía. Como en un montaje paralelo en el tiempo, durante la época en que el cuerpo de la diosa griega era reconstruido en el Louvre, Bruckner daba acogida al alma de Niké en sus sinfonías.
Cuando, en 1885, la alada figura se instaló presidiendo soberana una de las escaleras del Louvre, Bruckner triunfaba con su Séptima sinfonía en Múnich apoyado por el director Hermann Levi, el elegido por Wagner para estrenar Parsifal. Ese año, la Estatua de la Libertad, que se había ido gestando simultáneamente, emergía sobre los tejados de París y era desmontada para ser enviada a su emplazamiento definitivo hacia Estados Unidos. Es también el año en que la obra del compositor se estrena en Nueva York. Del mismo taller escultórico francés salió, años más tarde, el Arcángel San Miguel matando al dragón, realizado en cobre dorado que culmina la aguja de la famosa abadía de la costa de Normandía, Mont Saint-Michel. La escultura de Emmanuel Frémiet brilló en la cúspide en 1897, meses después de la muerte de Bruckner, en octubre de 1896.
Ahora hagamos volar la fantasía, imaginemos una pequeña historia, un cuento mágico titulado Bruckner y los dones de las estatuas:
En un bello paraje, en un pueblo de Austria, el 4 de septiembre de 1824 nació un niño que se llamó Anton igual que su padre, que era maestro y organista. Al nacer, su emocionado padre tocó solemnemente el órgano de la iglesia y la inspirada música viajó y viajó hasta remotos lugares, hasta confines celestes. Tres espíritus luminosos la escucharon y quedaron maravillados. Intrigados, siguieron el rastro de los sonidos hasta llegar al origen. Se acercaron al organista y comprobaron que su interpretación obedecía a la celebración del nacimiento de su hijo. Embargados por la insólita música, por la maestría del padre y por la inspiración del niño, decidieron otorgar valiosos dones al pequeño, que sonreía en los brazos de su madre Theresia, que entonaba una amorosa canción.
Se le acercó la diosa Libertad y, con voz de fuego dorado, le dijo: —Y serás por siempre un colosal faro de libertad para todos los espíritus libres. Tu antorcha musical me recordará, atraerá hacia mí a los sufrientes y todos sus grilletes serán quebrados—. Y recitó el poema de Emma Lazarus que está a los pies de la Estatua de la Libertad:
¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres!
Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad
El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas
Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí
¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!
Se le acercó la diosa Niké y le dijo con voz alada y triunfal: —Vencerás y serás coronado con el laurel de los más grandes héroes, por siempre tu gesta brillará en el firmamento—. Recitó, entonces, unos versos como Sun Tzu:
‘Cuando te conoces a ti mismo y conoces a los demás, la victoria no es un peligro; cuando conoces el cielo y la tierra, la victoria es inagotable’.
Se le acercó el Arcángel San Miguel, el invencible príncipe, el guerrero defensor del Bien, guardián de las Eternas Puertas del Eterno Lugar, y con voz de trompeta celeste le dijo: —Serás un príncipe, un guerrero espiritual, siempre enérgico en la batalla contra el mal. Ayudarás a dar vuelo a todas las almas y les ofrecerás la luz sagrada, te abriré las puertas del Edén. —¡TÚ ERES EL BIEN INVENCIBLE!—. Como premonición recitó lo que Mahler escribiría en su copia del Te Deum, tachando lo escrito para coro, solistas y órgano ad libitum:
‘Te Deum para la lengua de los Ángeles, los que buscan a Dios, los corazones que sufren, y las almas purificadas en el fuego’.
Finalmente se presentó la Música, y le dijo con voz melodiosa y orquestal: —Tus dones no serán solo para ti, habrás de repartirlos, todos tus dones confluirán juntos, se transformarán en dorados sonidos y los compartirás con los demás seres humanos, y así fue.
Bruckner creció al lado de la Música, que lo amparó desde niño y lo besó con amor. Con 4 años sorprendió a su padre reproduciendo melodías. Con 7 le ayudaba a enseñar música a los niños más pequeños. Con 10 le sustituía en el órgano. Su talento fue madurando de forma lenta y profunda: fue cantor de coro, estudió violín, piano, armonía, la obra de otros compositores… A lo largo de su vida fue entregando sus dones a su obra de manera reverencial, los regaló nota tras nota, los hizo sonar con cada instrumento, brillar en cada silencio, fluir en cada melodía.
Comprometido, se arrodillaba ante el tañido de las campanas del Ángelus, y cuando se alzaron enemigos contra él, no consiguieron frenarlo. Su Gran Madrina le ayudaba a sonorizar los presentes, así surgieron sus inspiradas improvisaciones al órgano, sus corales, obras religiosas, sinfonías y obras orquestales, todas ellas portadoras de ellos. Esos dones depositados en los sonidos por siempre tocarán el fondo luminoso de las almas y despertarán en los oyentes, reverberarán como un infinito supremo.
La música de Bruckner es un verdadero Coloso. Wagner dijo categórico: ‘Si hay alguien que tiene ideas sinfónicas después de Beethoven, ese es Anton Bruckner’. El héroe, según Campbell, representa el centro umbilical a través del cual las energías de la eternidad irrumpen en el tiempo. En línea con la heroicidad, el musicólogo George Balan pone en valor al héroe musical latente en la música de Bruckner:
‘Bruckner, en cambio, anuncia a un hombre que madura el héroe espiritual, cuya lucha sobrepasa los confines de este mundo. Se propone las metas más altas, desencadena reacciones, resistencias y pruebas que sobrepasan la medida común de lo humano, simultáneamente permitiendo a poderes superiores, de la dimensión de su lucha, intervenir para darle valentía, consolación y salvación’.
Es justamente la Novena sinfonía de Bruckner quién inspira a Balan para fundar la primera Escuela Internacional de Oyentes llamada Musicosophía hace ya más de cuarenta años. Lo hace con intención de abrir las puertas del corazón de la música a los melómanos oyentes y facilitar el acceso a sus profundidades aún sin precisar de conocimientos musicales. Esta metodología ha conquistado a un montón de personas en Europa y América Latina.
(Extracto del libro El arte de escuchar música clásica. Aventuras musicales de Ángel Tomás Lázaro, editorial Amarante.)
Imagen: Ángel Tomás Lázaro
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