Antón Alcalde ha obtenido el Primer Premio en el 35.º Premio Jóvenes Compositores Fundación SGAE-CNDM por su obra Anatomías del abismo. Con un amplio catálogo en el que destaca una abundante producción para banda, ha recibido diversos premios nacionales e internacionales y su obra ha sido interpretada por agrupaciones de todo el mundo. Entre sus próximos trabajos se encuentra un encargo de la Orquesta Nacional de Taiwán, país en el que está afincado.
Por Manuel Pacheco
Quiero comenzar por una curiosidad: ¿qué te llevó a instalarte en Taiwán?
Ha sido una conjunción de cosas. Siempre he estado muy interesado en Asia, me atrae mucho la cultura oriental y su forma de ver el mundo. He estudiado japonés y he viajado mucho a Japón. Y, vueltas de la vida, tuve un estreno en Taiwán y… mi mujer es taiwanesa. La razón de estar aquí es por ella. En un momento dado tuve que elegir entre España o Taiwán, y escogimos esto, aunque es cierto que para la música España es mejor, estás en el centro en Europa, tienes orquestas y ensembles a tu disposición. Taiwán, o Asia en general, no tiene tanto poso para esto.
¿Puedes profundizar un poco más en esta diferencia entre ambos países?
De donde yo vengo, casi todos mis conocidos y yo nos introdujimos en la música mediante las escuelas de música asociadas a la banda del pueblo. Esto conlleva un elemento de formación, pero también uno social, tocas con tus amigos. En Asia esto no existe, la cultura musical de las orquestas es una cultura adquirida, no es algo propio. Además, a la hora de trabajar hay diferentes filosofías. Aquí se centran mucho en la técnica y, como se sigue un modelo americano, hay una educación musical integrada en los estudios y todos los niños tocan algún instrumento. Tienes orquestas de niños que tocan y afinan cosas difíciles para su edad.
¿Cuáles fueron tus primeros pasos en la composición?
Fue algo que surgió de manera natural. Como digo, con 8 años empecé en la escuela de música de mi banda, mi instrumento era la percusión. Y empecé a escribir ya desde entonces, porque me gustaba improvisar sobre las obras de otros, pero luego quería acordarme de lo que había hecho. Como no conocía bien el lenguaje musical, había ritmos que se me escapaban, y entonces hacía dibujos. Luego hice el Grado Profesional de percusión, y en este periodo de tiempo gané un par de concursos de composición que me hicieron ver que aquello igual no era un hobby. Después se me planteó la opción de hacer el Superior y lo rechacé. No sé si me arrepiento o no, aunque si hubiera tomado otra decisión igual no estaríamos aquí hablando.
¿Qué huella ha dejado tu Galicia natal en tus composiciones? Se aprecia en algunas obras más tempranas, pero también está, por ejemplo, en Heroínas na memoria, que recibió un galardón en los Premios Martín Códax de la Música de 2022.
Quizá hasta que no me lo hacen notar, no me paro a pensar en el impacto que ha tenido. Al escribir música tienes que ser honesto, y uno escribe sobre lo que conoce. En el caso de Galicia, tengo la suerte de tener un acceso privilegiado a esta cultura. Si fuera valenciano tendría otro bagaje. Hubo una etapa en la que me interesaba trabajar el folclore, algo parecido a lo que hicieron Bartók o Stravinski. Creo que uno de los lugares más interesantes de la música actual es la revisión del material del pasado. Me gusta lo que hace, por ejemplo, Thomas Adès; te hace escuchar, como dijo Liszt, ‘vino viejo en odres nuevos’. Es algo que ya hicieron Beethoven o Mahler utilizando canciones populares. En mis primeras obras estaba en ese punto, como en mi Sinfonía núm. 1, ‘Marea negra’, o mi Sinfonía núm. 2, ‘A lenda de Paio Gómez Chariño’, sobre un personaje de Rianxo, que es mi pueblo. Por otro lado, varias de estas obras tienen temática gallega de manera impuesta, por ser un premio o un encargo.
Acabas de ganar el Premio Jóvenes Compositores Fundación SGAE-CNDM. Es tu segundo galardón en este concurso: en 2019 recibiste un tercer puesto y ahora el primero. ¿Qué puedes contarnos sobre tu obra, Anatomías del abismo?
La obra se titula Anatomías del abismo, en plural, porque hace un juego entre el abismo interior al que se refiere Nietzsche en su famosa frase (‘cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti’) y el abismo exterior de los agujeros negros. Me encanta la astrofísica, si no fuera compositor estaría estudiando algo cercano a esto. El agujero negro es un elemento musical poderoso, es un objeto supermasivo que tensa y distensa, y este paralelismo me sirve para generar música. Para mí, el desafío a la hora de escribir una obra es la estructura; desarrollar la trama en el tiempo es lo más difícil, aunque quizá también lo más bonito. En este caso, lo conseguí mediante bucles que repiten el mismo material con variaciones, y así se va expandiendo el ritmo y la armonía. Al final, la obra concluye con aire, me parecía poético para representar el abismo y su silencio.
Además de la dotación económica, al ganar este concurso te conviertes en compositor residente de la Red de Música de Juventudes Musicales de España de la temporada 2025-26. ¿Cómo valoras este otro premio?
Lo considero el verdadero premio. Es la razón por la que invito a todos mis compañeros compositores a presentarse a este concurso. No es solo que te encuentras con la calidad técnica y humana de los intérpretes, sino que el premio te permite seguir trabajando con ellos mediante dos encargos en la próxima temporada. Es un concurso que te ayuda a seguir en activo y a que tu música se interprete más allá del estreno. Incluso a los compositores de renombre les ocurre que reciben un estreno y luego la partitura se queda en el cajón. Parece que la única forma de que se programe música actual es que sea un estreno, pero ¿por qué no repetir obras? Hay obras maravillosas de los siglos XX y XXI que deberíamos volver a poner en el atril.
Las dos fuentes de inspiración que se aprecian en Anatomías del abismo, la literatura y la astrofísica, se encuentran también en otras de tus obras. ¿Sueles seguir este tipo de programas o argumentos a la hora de escribir una obra?
En mi corta experiencia, beneficia mucho tener un hilo conductor, una guía a la escucha. De todas las referencias que puedo tener a mi disposición, creo que la literaria me ha servido mucho más que otras. Vuelvo a lo que decía sobre la estructura: como es lo que más difícil me resulta, partir de un programa y basar en él la forma me facilita el proceso de escritura. La primera obra que presenté al Premio de Jóvenes Compositores se inspiraba en un relato de Murakami. Era un texto muy musical que hacía referencia a una melodía de los Beatles, y en la obra recogí esta melodía y la elaboré. Un ejemplo de la otra parte, la astrofísica, puede ser … that pale blue dot, que está dedicada a Carl Sagan y que sigue la idea del planeta visto desde lejos y de que no somos nada. Pero todo esto son excusas. La música es abstracta, la ‘música programática’ en realidad no existe. O, al revés, todo puede ser programático, y puedes cambiar el programa de una obra por el de otra y que se siga entendiendo. Por poner un ejemplo, Anatomías del abismo tuvo tres títulos diferentes antes que este. Son los oyentes los que llenan la música de contenido con su bolsa de experiencias. Aunque es importante guiar la escucha.
¿Crees que el público reacciona de manera positiva a estas guías?
Totalmente. Si consigues sugerir tu punto de partida, el objeto que tomas de inspiración, la gente siente curiosidad por investigar el tema que propones y vuelve a escuchar la obra con una nueva perspectiva. Estoy convencido de que sí, espero no estar siendo muy hippy. Guiar la escucha es fundamental. Tampoco se trata de coger al oyente de la mano y decir ‘este sonido sul ponticello es la espada cuando…’, esto es ridículo. El equilibrio es importante, y el público no es estúpido.
Tu catálogo cuenta con diversas obras para orquesta y cámara, pero las más numerosas son las piezas escritas para banda. ¿Cuál es tu relación con esta formación?
Me introduje en la música tocando en una banda, y esto es algo que deja huella. En esta etapa tan temprana eres una esponja, y lo que absorbes te marca para el resto de tu vida. Me ocurre también con el hecho de ser percusionista, creo que tengo una actitud distinta ante el ritmo de la que pueda tener un pianista o un violinista. Por otra parte, escribir para banda te da más oportunidades de escuchar tu música, hay muchas bandas a la busca de nuevo repertorio y que te van a programar una misma partitura en repetidas ocasiones. Mi Sinfonía núm. 1, que es para banda, la escribí hace quince años y está en el atril casi más que entonces, se ha tocado en treinta y tres países. Sé que otras obras de orquesta o cámara que he escrito, y que creo que son mejores, se van a tocar menos que esta. La banda tiene esta actividad particular, gente que se forma ahí, directores que empiezan y quieren programas nuevos, que genera un mercado distinto al de la orquesta.
Además de como compositor, en Taiwán has desempeñado también el rol de director frente a diversas bandas y orquestas. ¿Este papel surge como prolongación natural de tu trabajo compositivo?
Hago mis cosas en la dirección, pero nunca diré que soy director, tengo respeto al oficio. Pero sí, ha surgido de manera natural, y es algo que agradezco a Taiwán porque no sé si podría haberlo hecho en España. Trabajo con gente joven con la que tengo una barrera cultural tremenda, pero con la música se elimina y de repente se produce la conexión. También me hace reevaluar mi trabajo como compositor. Creo que todos los compositores deberíamos pasar por la experiencia de dirigir. Es interesante para resolver problemas, te ayuda a percibir el contorno de la música. A veces nos sumergimos en la escritura y nos olvidamos de que eso se va a tocar. Te pongo el ejemplo de Brian Ferneyhough, que es el centro neurálgico de la ‘nueva complejidad’. Hace arquitecturas que son increíbles, es hermoso como estira los límites de la escritura, pero el oído no lo puede procesar. Tu idea puede ser todo lo compleja que quieras, pero sobre el papel debe ser sensata. Y otra cosa, a mí me encanta dirigir cualquier cosa menos mi música, porque solo encuentro pegas. Pero cuando programas música de otros autores tienes esa fase previa de análisis, que es algo que me encanta, en la que puedes ver lo que han hecho otros y cómo han resuelto los problemas.
Te encuentras sumergido en un proyecto con la Orquesta Nacional de Taiwán. ¿Qué puedes contarnos de este y de otros trabajos que tengas en fechas cercanas?
Soy incapaz de mantener varios proyectos abiertos al mismo tiempo, tengo que estar en uno solo. Ahora mismo estoy trabajando en esta obra para orquesta que retrata el folclore de Taiwán. Es un encargo en el que me pidieron representar la diversidad tribal del país, está escrita para gran orquesta y lleva electrónica con grabaciones de campo que reflejan los cantos que hacen. Después vendrán las obras de cámara que me encarguen en Juventudes Musicales, tengo que empezar a atar cabos sobre qué agrupaciones tengo y por dónde tirar, seguramente haga algo sobre Dalí. La verdad es que cada vez escribo menos, siento que para escribir es necesario decir algo y que si no tienes nada que decir es mejor callarse. Intento evitar los manierismos y repetir las mismas fórmulas, y por eso me cuesta mucho empezar algo. Estoy en ese punto de escribir menos y escuchar más. Esto lo decía Ramón Barce, si quieres ser compositor necesitas escuchar cantidades ingentes de música.
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