‘Con las palabras se dicen cosas humanas; con la música se expresa eso que nadie conoce ni lo puede definir, pero que en todos existe en mayor o menor fuerza. La música es el arte por naturaleza. Podría decirse que es el campo eterno de las ideas… Para poder hablar de ella, se necesita una gran preparación espiritual y, sobre todo, estar unido íntimamente a sus secretos’.
Por José Manuel Gil de Gálvez
Federico García Lorca
Este mes de junio se cumplen 125 años del nacimiento del universal poeta fuenterino, el de la Vega de Granada, que vino al mundo el 5 de junio de 1898, año de infausto recuerdo para España. Eterno por su poesía, y conocido en el mundo entero como literato, además fue, quiso ser y se consideró músico y artista. Por ello el corpus de su obra rezuma música en su concepción y las referencias al arte del bien combinar los sonidos en el tiempo representan un agravado obstinato, sobre todo en sus primeros escritos.
Además, es destacable reseñar que al andaluz se le ha visualizado siempre con un perfil extremadamente urbano, quizá por sus trasiegos a Hispanoamérica o tal vez a cuenta de Poeta en Nueva York, donde precisamente ya anticipa la denuncia por la deshumanización de la vida en la gran ciudad. Sin embargo, su esencia y autenticidad son claramente rurales y proceden de la bellísima Granada de comienzos del siglo XX, aun hoy a trazos conservada.
Y aquí, nótese a colación como si fuese a pie de página, pero en el cuerpo del texto —’saben aquel que diu‘, como diría el gran Eugenio—, sobre el hombre andaluz: ‘es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual’. Bellísimo esto del hombre público conocido como ‘molt honorable’, y si lo coronamos con esto otro que dijo uno de sus homólogos: ‘bestias que viven, mueren y se multiplican’, es ya inconmensurable; están para ponerles un piso… Discúlpenme el cabriolesco oxímoron en forma de paradoja, es ‘mu grasioso‘. Vamos con el Lorca músico, el rural, el genio, el de la Andalucía amada por Albéniz, Fortuny, Granados o Rusiñol, la de todos, la del malagueño que firma abajo.
El músico
No he podido resistir el hecho de recordar en estas líneas al Lorca músico, como él mismo nos dice en 1933: ‘Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico de pueblo, un mandón’. Siendo adolescente, sus planes eran irse a estudiar música a París, por ello es lógico que su poesía sea tan musical, la estructura rítmica originalmente acentuada. La música popular, así como su composición y armonización, se tornaron en algo inherente a su obra. De ello Jorge Guillén nos da habida cuenta: ‘Todos sabemos que en Federico resaltaba un gran temperamento de músico, acrecentado por la vigilia estudiosa. Habría podido ser compositor si se lo hubiese propuesto… En música fue tal vez donde el gusto de Federico se refinó con más pureza’.
Lorca, antes de regalarnos su primera publicación Impresiones y Paisajes, de 1918, representaba la evidente continuidad de la tradición familiar de ser músico, pianista. Tenía una vocación frustrada con la música, tocaba muy bien el piano y había querido ser pianista, esto nos lo recuerda García Ascot en sus memorias, pues tocaba junto al poeta en la casa de los García Obispo en el número 5 la madrileña calle de Bailén, lugar de tertulias con asiduos como Buñuel, Bello o Prados.
Hay testimonios que nos indican su predisposición a la música, pues incluso antes de hablar ya podía tararear canciones. Muy precoz, con 8 años recordaba un centenar de canciones, entonces ya estaban en Valderrubio (topónimo posterior pues anteriormente se denominaba Asquerosa); recuerden que allí convirtió a su vecina Frasquita en Bernarda Alba. Hoy día mantienen su casa familiar como museo, donde hace años toqué en un par de ocasiones, visítenlo si no lo han hecho aún y no olviden pasear por la ribera y el frescor que procura el Cubillas. Sin lugar a duda, merece la pena empaparse del aroma inspirador que debió sentir aquel hombre andaluz.
En 1908, una vez que la familia se instala en la Acera del Darro, en la capital nazarí, comienza a estudiar música con Segura Mesa, profesor también de sus hermanos y de Barrios. En su obra Mi Pueblo, de 1916, nos recrea las sensaciones que tenía al acompañar a su madre a misa: ‘Cuando sonaba el órgano, mi alma se extasiaba y mis ojos miraban cariñoso al niño Jesús’.
Incluso en las tertulias de El Rinconcillo, él era el único músico, precisamente tocaba una sonata de Beethoven en el Centro Artístico cuando lo conoce Fernando de los Ríos; reuniones que se hacían también en la taberna del Polinario en la Alhambra. En este caldo de cultivo conoce al maestro gaditano Manuel de Falla, por el año 1921, con la ya consabida relación que, en torno a la música, títeres, cante jondo y, en definitiva, a la amistad que tuvieron, consolidan una dupla genial para la historia del arte de España. Entusiasmados con la búsqueda de las raíces del canto primitivo andaluz; abducidos por la belleza del cante jondo, del que Lorca dejó bello testimonio escrito siguiendo la estela de Machado, Falla y Lorca para nuestra dicha; escribieron un inolvidable episodio musical.
Pianista y compositor, de Beethoven al ‘folklorquismo’
‘Nadie, con palabras, dirá una pasión desgarradora como habló Beethoven en su Sonata apassionata; jamás veremos las almas de mujeres que Chopin nos contó en sus Nocturno‘, y en esas palabras tenemos Lorca pianista. El mismo que estrenó en 1926 la Mazurka para piano de Manuel de Falla. Esto lo realizaría en Órgiva, en la casa alpujarreña de los García-Trevijano. Es curioso, y cabe señalar aquí también como nota a pie, la definición que se usó recientemente en un programa televisivo de gran difusión para calificar a los habitantes de esta bellísima comarca histórica española: ‘analfabetos sin salida’ [risas] ‘tocaté manué‘ como le podría decir Lorca a Falla. ‘Pues menos mal que son analfabetos, que si no…’.
No se nos debe escapar tampoco el contacto que mantuvo con los compositores de la Residencia de Estudiantes, el denominado Grupo de los Ocho entre los que se encontraba su amiga García Ascot, los hermanos Halffter, Bacarisse, Mantecón, Remacha, Bautista o Pittaluga, y también a los asociados a este grupo como Bal y Gay o Salazar. Justamente en la Residencia tenemos la faceta con inclinación más musicológica del genio, pues allí estuvo al día de las novedades ya que hizo amistad con los sobrinos de Rafael Mitjana: Álvaro y Jaime. Por ello conoció el Cancionero de Upsala, además de estudiar el Cancionero de Palacio y detenerse en trabajos del XIX o en la Zarzuela. Un plano este que es el más oculto del poeta, pero que justifica sobremanera su interés por la manifestación musical pura, la más popular, y que vivió en casa desde su más tierna infancia, lo que posteriormente acuñó Sender como folklorquismo.
Por eso no es de extrañar su interés, ya que desde temprana edad mostró una gran curiosidad y se lanzó a hacer investigaciones, incluso alguna junto al historiador Menéndez Pidal. Temas que acaparaban la atención de los intelectuales de entonces. El romancero, la lírica y la música tradicional española, que como hemos ido señalando en esta sección, arraigan de una forma moderna desde la visita de Glinka a España y en los trabajos del malagueño Ocón, pionero en esto. Falla también contribuyó sobremanera a calmar la sed de conocimiento de Lorca, pues fueron juntos por los pueblos de Andalucía buscando sones populares. Recordadas son las recopilaciones de Lanjarón, conocido este como pueblo del agua que se encuentra justo entre el Valle de Lecrín y la Alpujarra. Este era un lugar de vacaciones por donde pasaban interesantes artistas porque posee un Balneario donde he tenido el privilegio de estar en multitud de ocasiones concentrado preparando conciertos cada mes de agosto durante la celebración anual del FIAPMSE, festival de música que dirijo. Por cierto, vayan al restaurante el Rincón de Lorca, excelente.
Respecto de la pasión que sentía por estas canciones, la monografía escrita por De la Ossa nos recuerda que ‘Lorca presumía de ser una de las personas que más canciones conocían, lo único que lamentamos es que no las transcribiera, porque era muy vago y además consideraba que si las pasaba a pentagramas perdían su esencia, por ello solo las grabó en gramófono. Cuando estuvo en La Barraca, todas sus representaciones eran muy musicales y cuando llevaba a escena Bodas de sangre o La zapatera prodigiosa realizaba canciones escenificadas como fin de fiesta, repartiendo la melodía entre los distintos personajes’.
A nivel estrictamente musical su contribución se centra en música para dos romances sobre El Camborio; música de teatro en Mariana Pineda y, fundamentalmente, Bodas de sangre. Debemos sumar también sus colecciones de canciones populares como ‘Anda jaleo’, ‘Los cuatro muleros’, ‘En el Café de Chinitas’ o ‘La Tarara’. Por cierto, escuchen las Siete canciones populares de Falla y luego pónganse la grabación que Lorca hizo junto a La Argentinita para La Voz de su Amo, en 1931. Entenderán todo rápidamente. Unas grabaciones que constaron de cincos discos gramofónicos con diez temas en total que pertenecían a su colección de Canciones populares antiguas. Una experiencia musical que se vio enriquecida en sus viajes a América, pues conoció a Carlos Gardel. Además, se interesó por el jazz y lo traspuso a su piano, siendo uno de los pioneros en traer el son cubano a España.
Que nos falta…, ¡ah!, para recordar como ejercía de músico, Soria nos expone que en un artículo publicado en Crítica se describe cómo eran los ensayos dirigidos por Federico al cargo de su compañía, ‘¡No perder el ritmo! Un momento; estos compases son así’, era también maestro de música y baile, desde el piano. Igualmente usaba sus canciones populares como interludio entre los actos, debía ser algo bello ver esta puesta en escena.
De la misma forma, Lorca ha sido visualizado en su faceta de músico por otros compositores que le han dedicado piezas: grandes clásicos como Revueltas o Nono; figuras del flamenco como de Lucía, Camarón o Morente; cantautores como Prada, Tena o Cohen, este último llamó a su hija Lorca. Incluso, recientemente he tenido la oportunidad de grabar Dos sonetos del amor oscuro sobre texto de Lorca, compuesta por José Luis Turina para Concerto Málaga, una pieza de verdad deliciosa escrita con motivo de un inminente lanzamiento discográfico en Homenaje a Falla, dirigido por Serebrier.
Para concluir citaré a Gibson: ‘La obra y la vida de Lorca, en definitiva, no se explican si no se tiene en cuenta el hecho de que Federico era un músico nato’. Y con el propio poeta: ‘Ante todo, soy músico’. Así lo subrayó el colosal literato español en una entrevista en 1933, un año mucho más fatídico que el de su nacimiento. Maestro, tu memoria será siempre el vivo ejemplo de la frescura, fraternidad, respeto y conciliación, la de la unión en la diversidad. Gracias, Federico, de un músico a otro.
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