Conversamos con Anna Urpina, violinista especializada en interpretación histórica y contemporánea, cuyo primer álbum discográfico, Baroque & Modern (Ibs Classical), ha obtenido recientemente la distinción Melómano de Oro otorgada por esta revista, así como diversos premios y reconocimientos internacionales por su iniciativa artística.
Por Abelardo Martín Ruiz
¿Cómo fueron tus orígenes en el mundo de la música?
Debuté a los 4 años en el Palau de la Música (risas). Todo empezó cuando en el colegio inscribieron a toda nuestra clase a un concurso de canto que se celebraba en el Palau de la Música Catalana. Esa experiencia me transformó desde mi más temprana edad, porque hubo algo dentro de mí que cambió, y desde ese momento he convivido con la música, que nunca me ha abandonado. Posteriormente, a los 6 años, mis padres me matricularon en la Escola de Música de Vic, para comenzar mis estudios.
¿Cómo se desarrolló tu formación como violinista?
Me formé inicialmente en el Conservatorio Profesional de Música de Vic, y a los 17 años me mudé Estados Unidos para estudiar con Vartan Manoogian en la University of Wisconsin-Madison. Posteriormente completé mis estudios superiores de música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y los amplié en el Conservatoire royal de Bruxelles con Shirly Laub, en la Hochschule für Musik und Theater de Leipzig con Mariana Sîrbu y en el Conservatorium van Amsterdam con Vera Beths. También acudí a festivales como Aspen, Kronberg y Mahler, en los que tuve la posibilidad de conocer a profesores y a músicos maravillosos.
Por otro lado, también he sido miembro de agrupaciones formativas como la Joven Orquesta Nacional de España, la Joven Orquesta de la Unión Europea y la Joven Orquesta Gustav Mahler. Tuve el privilegio de poder disfrutar, junto a grandes directores, de algunas de las experiencias musicales más enriquecedoras de mi vida. Mi trayectoria me condujo hacia la interpretación de la música antigua siguiendo criterios históricos, especializándome primero con Emilio Moreno y más tarde con Enrico Onofri.
¿Qué consideras que han aportado tus experiencias en el extranjero para tu configuración como intérprete?
Personalmente, considero que estudiar fuera del ámbito cercano o del panorama nacional siempre resulta beneficioso. Es cierto que progresivamente el nivel es cada vez más alto también dentro de nuestras fronteras; pero mi experiencia en otros países me ha aportado muchísimo a nivel formativo, tanto personal como artístico. Tengo el convencimiento de que conocer visiones, escuelas, culturas, gente y formas de hacer música, permaneciendo en entornos muy contrastantes a nivel artístico, siempre enriquece y te abre la mente.
Por supuesto, como es obvio, no es obligatorio estudiar fuera para ser un buen músico, puesto que aquí tenemos unas instituciones francamente excepcionales, de mucha calidad; pero, en general, mis vivencias en el ámbito internacional me han instruido no exclusivamente como músico, sino en particular para ser una persona mucho más receptiva y expuesta a un mundo cambiante, en el que resulta determinante abrirse a lo diferente.
¿Con qué estilos, épocas y/o períodos te sientes más identificada como artista?
Hace años, cuando era más joven, me encantaba tocar obras románticas porque conectaba con el lenguaje de esos compositores. Hace un tiempo mi visión cambió por completo, y cada vez más siento más curiosidad por la música que se concibe en nuestros tiempos, en nuestra época contemporánea o cercana, puesto que, en definitiva, considero que representa la que mejor nos define en la sociedad actual. Por otro lado, mi cercanía a la música antigua se produjo cuando obtuve la oportunidad de probar por primera vez un violín barroco. Me enamoré absolutamente tanto de su sonoridad como de la producción de su amplia e interesante literatura. Podríamos decir que estos dos mundos, o estas dos concepciones de épocas tan distantes en el tiempo, pero a la vez tan cercanas, hacen que me sienta como en casa.
El álbum Baroque & Modern supone tu primer registro discográfico abordado desde un planteamiento propio. ¿Cómo surgió esta propuesta?
Este trabajo surgió de la necesidad vital de relacionar lo antiguo con lo actual, y, de modo particular, de conectar y contrastar dos momentos muy importantes en nuestra historia de la música, como son el período Barroco, en toda su dimensión, y la confluencia estilística de la época contemporánea a partir del siglo XX, a la manera de una representación tanto del origen como del fin, que nos configura actualmente. Esta idea comenzó a concebirse hace bastantes años, y en concreto obtuvo su nacimiento de manera fáctica con una puesta en práctica a partir de una gira de conciertos que conseguí gracias a la labor de Juventudes Musicales de Cataluña, en colaboración con el pianista y clavecinista Daniel Espasa, con quien pude ofrecer este programa en un formato propio de concierto.
Como consecuencia de la buena acogida que tuvo, me di cuenta del interés y de la curiosidad que una propuesta de estas características suscitaba entre la audiencia, especialmente debido a que al término de los conciertos muchas personas del público se acercaban a hacerme bastantes preguntas, algo que recuerdo con mucho cariño e ilusión. Fue en esos momentos cuando se gestó en mí la conciencia acerca de la necesidad existente, todavía hoy en día, de buscar nuevas fórmulas de proximidad y transmisión de la música a los oyentes. Y esto es lo que he intentado presentar y reflejar en este álbum, buscar, innovar y crear nuevos formatos de interpretación y escucha. Considero que aún existen muchos tabúes y barreras que deberíamos eliminar en el mundo clásico, ya que la música es un arte que se halla en constante cambio.
En este trabajo combinas la interpretación de las obras con dos violines de características contrastantes. ¿Cuáles son las similitudes y las diferencias entre ellos? ¿Cuáles son tus sensaciones con cada uno?
Poseo dos violines muy diferentes. Mi violín barroco es una reproducción de un instrumento de la época, construido por Eduard Sitjas en 2019, y que intenta recrear al máximo cómo eran la morfología y el montaje original en el período de los siglos XVII-XVIII, es decir, con cuerdas de tripa, un diapasón un poco más corto y más ancho, también con una angulación algo más baja que la actual, y un puente barroco que tiene una altura y curvatura algo diferenciadas, lo que influye en la resonancia y las características del sonido. Por otro lado, en comparación, mi violín contemporáneo es un instrumento construido por David Bagué en 2007, que muestra las características actuales de los violines, con cuerdas metálicas o sintéticas, un diapasón un poco más largo y mayor capacidad de proyección sonora. En definitiva, consiste en comprender e introducirse en dos mundos distanciados y con técnicas bastante diferenciadas, que tienen poco que ver.
Cambiar entre los dos violines en un mismo concierto es bastante complicado, puesto que requiere de bastante práctica y de una rápida capacidad de adaptación. El violín barroco, además, se toca sin almohadilla y sin barbada, por lo que la sujeción tiene que permanecer en otro ángulo, diferente a la técnica ‘moderna’. La técnica del arco, por otro lado, que también cambia, es muy importante, puesto que un arco abajo y un arco arriba nunca deben ser iguales, al buscar unos principios tanto de diversidad como de variedad que, posteriormente, por la influencia de los ideales de la Revolución Francesa, tenderían a homogeneizarse desde el punto de vista estético.
En la actualidad, la interpretación del violín se fundamenta en parámetros diversos como el sonido sostenido, la igualdad en los cambios de arco y la transparencia tímbrica con el recurso del vibrato. Por todo ello, para abordar el violín barroco es necesario ‘deshacer’ un poco, por indicarlo con este término, lo que se ha adquirido anteriormente; por no hablar del diapasón, que cambia en torno a un semitono. Para la música barroca se ha estandarizado en 415 hertzios, mientras que en la música interpretada a la manera ‘moderna’ el diapasón se ha establecido actualmente en torno a 442 hertzios, e incluso en ciertas ocasiones todavía un poco más alto. Esto hace que estos instrumentos se complementen, al mostrar características de lenguajes, retóricas y discursos variados.
Para estos contrastes musicales entre lo ‘antiguo’ y lo ‘moderno’ has escogido una serie de obras de diferentes compositores barrocos de los siglos XVII-XVIII y contemporáneos de los siglos XX-XXI. ¿Qué preferencias has establecido en la elección y qué representan para ti todas estas creaciones?
Todas las obras del álbum se encuentran conectadas entre sí. La primera pieza del disco comprende una apertura, una ‘anunciación’, con Biber y su primera sonata del Rosario. Pretendía introducir a Biber en este camino por la importancia que tuvo como uno de los más destacables violinistas del período Barroco, que además fomentó una aportación más que considerable a la evolución de la técnica del instrumento. Asimismo, la música del Seicento atesora una magnífica representación con Castello, autor con un lenguaje en un permanente desarrollo como resultaba frecuente en una época en la que se experimentaba continuamente, buscando nuevas sonoridades, nuevas armonías e incluso nuevas métricas de compás, lo que exactamente se puede aplicar a las piezas de Webern.
Tenía muy claro, del mismo modo, que quería incluir música de nuestros compositores actuales, puesto que este país posee unos compositores excepcionales y como intérpretes es necesario contribuir y ayudar a difundir su música. Particularmente, me gusta profundamente cómo compone Josep Maria Guix, a quien le solicité una obra para la ocasión, con la intención de ubicarla en este planteamiento, y el resultado fue una partitura preciosa, Esbós per una glossa antiga, inspirada en los acordes del tema de la sonata La follia de Corelli, incluida también en este disco.
Paralelamente, otro de los grandes compositores en la actualidad, que siempre ha sido un auténtico referente para mí, y ha estado presente en los momentos importantes de mi carrera, es José Luis Turina, a quien quería rendir mi humilde homenaje grabando una auténtica joya del catálogo de su producción, Movimiento, que nunca había sido registrada con anterioridad.
Por otro lado, formando parte de las composiciones para violín solo, igualmente, quería grabar a Telemann, debido a que sus fantasías comportan un fundamento como claro epicentro de nuestro repertorio, muchas veces poco valoradas, aunque son extremadamente difíciles y no se interpretan tan frecuentemente. Esta música combina perfectamente con la obra de Pärt por su simplicidad y su inspiración meditativa, generando un ambiente idóneo para culminar este amplio recorrido de una manera mucho más íntima que extrovertida.
Tu planteamiento también ordena las diversas composiciones alternando obras barrocas con obras contemporáneas. ¿Cuál es el criterio que has seguido y cómo lo has enfocado? ¿Qué sensaciones crees que pueden suscitar en el oyente?
La ordenación ha sido una decisión muy difícil, a la que di muchas vueltas. En el formato del concierto siempre había interpretado las obras por bloques, con el bloque barroco, una pausa, y el bloque contemporáneo. Para el formato del disco tenía mis dudas entre hacerlo de esta misma manera o intercalando una pieza con otra. Al final me impulsé a arriesgarme con esta segunda opción, pese al cambio de diapasón de 415 a 442 hertzios constante, porque las sensaciones que se producen con la escucha continuada son de una sensibilidad que individualmente me encanta. Esto permite que el oyente pueda enlazar y moverse entre las épocas de un modo inmediato, comportando una simbiosis perfecta.
Las obras las interpretas con Eva del Campo al clavicémbalo y Alberto Rosado al piano. ¿Cómo ha sido trabajar con ellos y cuáles son tus impresiones al hacer música de cámara con cada uno de estos instrumentos?
Colaborar con estos dos artistas ha sido una experiencia fantástica. Con Eva hace mucho tiempo que hacemos música y nos conocemos muy bien, lo que genera una confianza que nos hace sentirnos muy cómodas. Alberto ha representado un auténtico descubrimiento, un fantástico músico, con el que he conectado desde el primer momento. Cada uno otorga una personalidad específica a sus respectivos instrumentos. En las obras contemporáneas, por ejemplo, la parte del piano es muy importante, y poder trabajar con un pianista como él te da una flexibilidad y una facilidad increíbles, lo que posibilita expandir horizontes y expectativas artísticas. Por otra parte, se tiene constancia de que en las obras barrocas se solían incluir muchos más instrumentos en el bajo continuo, pero mi idea fue abordar este repertorio únicamente con el clavicémbalo para que se pudiese reflejar mucho mejor esta dualidad, a partir de los cambios en la producción sonora de ambos.
¿Cómo estás percibiendo la acogida de este álbum en el mercado?
Con sinceridad, estoy realmente contenta por cómo está siendo recibido, por parte tanto de la crítica como del público. Por el momento, puedo mencionar que ha obtenido el Golden Prize en los World Classical Music Awards otorgados en Reino Unido, el premio a Mejor Instrumentista y Artista Emergente en los Global Music Awards 2022 de Estados Unidos, en California, y ha sido reconocido como uno de los tres mejores álbumes de los Premios Enderrock en la categoría de clásica y contemporánea.
¿Cuáles son tus próximos compromisos artísticos?
Principalmente, las presentaciones del disco, que me hacen mucha ilusión. A la realizada en Madrid en marzo se unirán próximamente las de Milán y Utrecht en mayo. Al margen de esto, tengo una serie de conciertos en Milán, Vic, La Haya, Barcelona y el Festival de Música Antiga dels Pirineus.
¿Qué representa para ti la música?
Para mí la música lo es todo: luz, inspiración, belleza, lenguaje, paz, curación, aprendizaje y una forma de vida. Sin ninguna duda, se ha convertido en una inseparable compañera.
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