En 1958 se publica la primera edición del libro La mujer mexicana en la música, de la pianista, pero sobre todo musicóloga, cronista y crítica musical Esperanza Pulido (1900-1991).
Treinta años después de su fallecimiento, nos acercamos a este libro para ojear, una vez más, aquellos datos que Pulido nos legó para el estudio. De esta manera, nos adentramos en México y la narración de lo que fue la escena musical para las mujeres, descubriendo así un nombre que, sin duda, marcó un antes y un después en la historia del canto en el país norteamericano. Ella es Ángela Peralta, a quien honraremos reconstruyendo su imagen a través de la prensa de la época.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera, conocida como Ángela Peralta, se presenta como una de las mayores exponentes del canto en la historia de la música de México. Nacida el 6 de julio de 1845, Peralta inicia a los 8 años de edad su andadura por la música, teniendo entre sus primeros maestros a Cenobio Paniagua en composición —en la Academia de Armonía y Composición que él mismo regentaba— y a Agustín Balderas, su primer maestro de canto.
Con apenas 15 años, Balderas invita a Ángela a formar parte del reparto de Il trovatore de Giuseppe Verdi. Así, el 18 de julio de 1860 debuta la joven en el rol de Leonora en el Teatro Nacional en una función con fines benéficos, y de ella se escribió en el Diario Oficial del Supremo Gobierno del 23 de julio de ese año: ‘posee la Srta. Peralta una voz de timbre delicado y simpático, bastante estensa [sic], y, sobre todo, homogénea: la naturaleza y el estudio le han dado una notable agilidad, una ejecución correcta, suma precisión y facilidad en las ejecuciones, y abunda en sentimiento y espresión [sic]. Es, pues, una aficionada muy superior, y su porvenir tan brillante cuanto que, siendo muy joven, alcanza ya un mérito poco común: no dudamos pues, que bajo una dirección hábil y juiciosa desarrollará completamente sus cualidades naturales…‘.
La futura ‘gloria nacional’, como destaca Esperanza Pulido en el ya citado libro La mujer mexicana en la música, parte a Italia por recomendación de la soprano alemana Henriette Sontag, quien la había escuchado en uno de los salones privados a los que acudía la promesa del canto.
Parte a Europa y, previa a su establecimiento en Milán, hace una parada en Cádiz, lugar en el que aprovecha para ofrecer, según las crónicas, un recital privado en su casa. A pesar de lo exclusivo de la presentación, la joven dejó una gran impronta, que quedó recogida los diarios gaditanos y reproducido en el diario Siglo Diez y Nueve de México (8 de junio de 1861): ‘…esta voz, sumamente igual, sin registros dobles y triples, es de una fuerza y al mismo tiempo de una dulzura estremada [sic], de una afinación esquisita [sic] y de una flecsibilidad [sic] tal y de una facilidad de ejecución tan portentosa, que puede desafiar sin temor alguno a las más afamadas. En el aria de la Sonámbula ejecuta tales pasages [sic] que a veces llega a dudarse de si es una voz humana la que canta o si es un pajarillo […] le predecimos que su nombre no será conocido, por que donde quiera que vaya no la conocerán por otro, que por el de el Ruiseñor mexicano’. Y así fue, este apodo le acompañó por el resto de su carrera y por la eternidad.
Peralta, su padre y el maestro Balderas se establecen en la citada ciudad al norte de Italia, donde estudiaría con Francesco Lamperti. Tras algunos meses en este lugar, debuta el 13 de mayo de 1862 en el Teatro alla Scala interpretando el rol principal en Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti. Posteriormente, y tras una exitosa gira por diferentes ciudades de Europa y de África, la soprano regresa a México por invitación de Annibale Bianchi, quien la contrata para representar, nuevamente, a Lucia en la reinauguración del Teatro Degollado el 13 de septiembre de 1866.
Durante su estancia en México fue laureada por el emperador Maximiliano I con el título de ‘Cantarina de Cámara’ y, tras algunos conciertos en su país natal, parte de nuevo de gira cantando primero en La Habana y Nueva York y, posteriormente, en Barcelona, Madrid e Italia. De estos conciertos destaca su participación en la ópera Dinorah (Le Pardon de Ploërmel) de Meyerbeer, donde una vez más las ovaciones no se hicieron esperar, resaltando especialmente, y de forma coincidente, el momento en el que la cantante interpretó el Vals de la Sombra del segundo acto. Se lee en L’Arpa de Bolonia: ‘con esa pieza supo la eminente cantante magnetizar al público y celebrarla’, también en Il Maschera de Trieste: ‘donde la Peralta arrebató al público hasta el entusiasmo, fue en el famoso Vals de la Sombra, pieza erizada de dificultades, y en la que la deliciosa artista derramó con profusión todos sus tesoros’; o en La Scena de Venecia: ‘su voz es de las más homogéneas, su arte de lo más perfecto. Ejecuta a la perfección las innumerables vocalizaciones que tiene su parte; es, en suma, una artista que al sentimiento de la belleza dramática, une extremado arte, todo lo cual la coloca entre las más celebradas’.
Regresa a México a finales de abril de 1871, recibida por ‘un pueblo entusiasta’ que la aclamaba ‘como una de las glorias de la patria’. En este año funda su propia compañía de ópera de la que fue miembro el reconocido tenor italiano Enrico Tamberlick. En esta nueva faceta de empresaria y cantante, a Ángela no le faltaron los vítores de sus compatriotas y conocidos, y es que las representaciones de La sonnambula de Bellini despertaron la euforia de los asistentes, en las que la cantante ‘recibió una ovación espléndida; fue colmada de aplausos estrepitosos que traducían la admiración unánime de los espectadores; cayeron a sus pies las flores de la primavera, y recibió mil coronas, que las reinas del mundo envidiarían a esa reina del canto. Las dianas, el himno nacional y la marcha de Zaragoza, tocadas por tres bandas militares, unían sus patrióticos acentos a las palmadas, a los bravos y a los vivas, que eran otras tantas manifestaciones del entusiasmo público’. En esta misma publicación del diario El Siglo Diez y Nueve del 12 de junio se pueden leer las palabras que le propició el tenor a la soprano: ‘cuando tuve el gusto de conocer a Ángela Peralta en Europa, amé desde luego a México, porque vi en ella el tipo del talento y de los nobles sentimientos que distinguen a los mexicanos […]. Al brindar por México, brindo también por Ángela Peralta, que es una de sus glorias artísticas’.
Peralta se ausenta algunos años de los escenarios y es en este período en el que se dedica a la composición, dejándonos su Álbum Musical editado en 1875 y que contiene obras como México, Eugenio, Lejos de ti, Pensando en ti ofrendado a la Sociedad Filarmónica de Guadalajara y Estudio en La bemol, dedicado a la Sociedad Filarmónica de Puebla. Tras su regreso en 1877, Ángela se dedicó por una parte a desarrollar su vida como empresaria y, por otra, a continuar su carrera en el canto. Lamentablemente la muerte sorprendió a la soprano en la habitación núm. 10 del Hotel Iturbe de Mazatlán el 30 de agosto de 1883, tras padecer, como el resto de su compañía, la fiebre amarilla. Sus restos reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón Civil de México.
A pesar de su muerte prematura, Peralta es una las representantes musicales más importantes de México. En sus 38 años de vida, fue una artista comprometida con dar a conocer los valores musicales de su tierra estrenando y formando parte del estreno de algunas óperas, tal es el caso de los títulos Ildegonda y Gino Corsini de Melesio Morales o la ópera Guatemotzin de Aniceto Ortega de Villar. Hasta 1877, según el diario El Siglo Diez y Nueve, realizó un total de 166 representaciones de Lucia de Lammermoor, 122 de La Sonnambula, 116 de I Puritani, 64 de Rigoletto y 45 de Dinorah, a las que se suman 305 representaciones en otras óperas, conciertos privados y distintas antologías, toda una proeza para una época en la que los medios no eran los de hoy día.
¿Qué hubiese sido de Ángela Peralta si la vida le hubiese regalado más años? Nunca lo sabremos, pero de lo que no cabe duda es de que esta mujer ha sido referencia innegable de una época e incuestionable soporte para cantantes posteriores como Fanny Anitúa, María de Jesús Magaña, María Romero, María Bonilla o Julia Alonso.
Ver el Álbum Musical de Ángela Peralta
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