Las anécdotas gustan mucho, probablemente porque son llamativas, graciosas, curiosas y fáciles de recordar. En la historia de la música abundan en libros, prensa, programas de radio, páginas web, notas al programa de conciertos, etc., pero hay que tener cuidado, porque muchas de ellas ya se han comprobado inciertas, cuando no rotundamente falsas.
Por Roberto L. Pajares Alonso
Hay muchos libros de anécdotas sobre la vida de los compositores, algunos de ellos muy populares y vendidos en España. Yo los descubrí hace ya unos cuantos años y he de reconocer que los leí con entusiasmo; eran curiosidades y cotilleos que a veces retrataban perfectamente al personaje y que generalmente se ocultan en las biografías académicas. Me aprendí esas historias y las contaba siempre que venían al caso, haciéndome el entendido. El destino quiso que tuviera que profundizar en ellas y fui descubriendo que la mayor parte o bien habían sido puestas en duda o bien habían sido totalmente desmentidas ya por expertos en la materia y que, a pesar de ello, seguían y siguen contándose todavía hoy como verdaderas.
Las anécdotas falsas han contaminado la historia de la música desde hace mucho tiempo. Un ejemplo: en 1798, siete años después de la muerte de Mozart, el crítico musical Johann Friedrich Rochlitz publicó en una importante revista musical alemana (Allgemeine musikalische Zeitung) una serie de anécdotas sobra la vida y la obra de Mozart, muchas de ellas simpáticas y entretenidas pero casi todas inventadas por el propio Rochlitz, contribuyendo a una imagen distorsionada de Mozart (muchas de ellas siguen contándose todavía hoy).
En nuestra época es mucho más fácil aún difundir la información, tanto verdadera como falsa y, al igual que sucede con los bulos que circulan por redes sociales o por WhatsApp, la mayor parte de las personas que transmiten esas anécdotas sobre músicos del pasado lo hacen sin comprobar su autenticidad y sin citar la fuente, cuando generalmente no hay que investigar demasiado para descubrir que nos han dado y nos siguen dando gato por liebre. Hay muchos estudios publicados tanto en libros como en revistas especializadas en los que se puede encontrar información fidedigna. También es altamente recomendable acudir a las fuentes originales, sin traducciones o intermediarios: cartas, prensa, diarios, primeras biografías, etc., aunque algunas de estas últimas fueron escritas por personas demasiado cercanas como para ser objetivas y honradas, como fue el caso de Anton Schindler con Beethoven.
Hay que reconocer que muchas de estas falsas leyendas son atractivas y que es una lástima que sean mentira, pero también estaremos de acuerdo en que la ciencia es lo que ha hecho avanzar a la humanidad y que la verdadera ciencia se basa en hechos y datos comprobados. Casi nadie sigue creyendo en conocimientos superados en medicina, física, tecnología… ¿Por qué en la ciencia de la música sí? ¿No es esto un atraso también? Yo creo que sí y por eso he intentado poner un poco de claridad en este revoltijo, en esta amalgama de leyendas, mentiras y verdades, estudiando y exponiendo lo que se sabe actualmente sobre cada una de ellas. A continuación, resumo algunas de las más destacadas.
Mozart enterrado en una fosa común un día de tormenta
Este mito tan extendido como difícil de erradicar esconsecuencia, en gran medida, de la mala traducción de un pasaje de la biografía de Georg Nikolaus von Nissen (1828). Aquí se dice que fue enterrado en un ‘gemeinschaftliches Grab‘, es decir, una fosa común, pero no en el sentido de una fosa en la que se entierren a muchos cadáveres juntos (tipo campo de concentración) sino una fosa simple, normal y corriente, una sepultura excavada en el suelo, la habitual para una persona que no pertenecía a la aristocracia, en cuyo caso habría sido enterrada en un mausoleo. Los intentos posteriores de localizar los restos mortales de Mozart han sido inútiles, empezando por el de su viuda en 1808, como ya menciona el biógrafo, pues ‘los sepulcros eran desenterrados periódicamente’ para dejar sitio a nuevos cadáveres.
En 1791 no hubo, por tanto, ningún enterramiento masivo en Viena y tampoco se permitían sacos o ataúdes reutilizables, imagen que ha perpetuado la película Amadeus. No se conservan los documentos del carpintero que hizo el ataúd de Mozart pero, tal y como ha demostrado el estudioso austríaco Michael Lorenz, Constanze Mozart pagó lo mismo que otra viuda por un ataúd normal, es decir, no reutilizable.
También ha quedado demostrado que en el funeral de Mozart no había tormenta ni llovía a cántaros ni fue acompañado únicamente por los enterradores, como dice la leyenda romántica. Para el 6 de diciembre de 1791 el Observatorio de Viena registró simplemente: ‘Temperatura entre 2,8º y 3,8º con un suave viento del este durante todo el día’. También el conde Karl von Zinzendorf dejó escrito en su diario que el tiempo era suave. En cuanto a los asistentes al funeral, sabemos que siguieron al féretro desde la iglesia hasta la puerta del cementerio, según lo dispuesto por el emperador José II.
Farinelli sanador de Felipe V
Todos conocemos esta historia: la reina, Isabel de Farnesio, hizo venir a Farinelli a la corte de Madrid y el castrato, con su voz angelical, hizo que Felipe V se recuperase de la ‘demencia hipocondríaca’ que padecía. Pues resulta que esto es, cuando menos, exagerado. Los historiadores reconocen que el rey padecía algún trastorno mental (ciclotimia, bipolaridad, etc.) pero nunca lo superó, ni siquiera gracias al canto de Farinelli. Antes de la llegada del castrato, Felipe V ya sentía inclinación por la música de cámara y ya se había contratado en la corte a cantantes y músicos italianos. Esta leyenda ha de entenderse dentro del contexto político de la época, sobre todo la fuerte rivalidad entre España e Inglaterra. Fueron los ingleses quienes crearon este bulo, empezando por el embajador, Benjamin Keene, y siguiendo por los influyentes historiadores de la música Charles Burney (1771) y John Hawkins (1776). El mito adquirió proporciones épicas en el relato publicado en 1780 por el francés Jean Benjamin de Laborde quien, siguiendo la moda entre ciertos ilustrados franceses de escribir mal de España, adornó el relato sin miramientos. Esta publicación tuvo una respuesta inmediata por parte de Pedro Jiménez de Góngora y Luján (1781), embajador español en distintos países y futuro presidente de la Real Academia de la Historia, pero su escrito no ha sido tenido en cuenta, ni siquiera en España, hasta la publicación de un artículo de Daniel Martín Sáez (2018), donde se desmiente el mito de forma detallada.
Boccherini y la indigencia
Se sigue contando que Boccherini vivió como un indigente durante los últimos años de su vida, que tuvo que escribir música popular de guitarra para subsistir y cosas así. Es uno de esos mitos que, como la mala hierba, nunca mueren, por más que se haya demostrado falso desde hace tiempo. Esta historia la difundieron dos autores franceses, François-Joseph Fétis y Louis Picquot en 1839 y 1851, respectivamente, pero ha sido rebatida completamente por Jaime Tortella, quien hace un estudio pormenorizado de ingresos y gastos durante toda la vida del compositor en Boccherini, un músico italiano en laEspaña ilustrada (2002). Baste decir que entre 1780 y 1795 Boccherini ganaba alrededor de 40.000 reales de vellón al año (unos 120.000 euros actuales), es decir, que pertenecía a la clase alta de la sociedad. Es verdad que a partir de 1798 sus ingresos anuales disminuyeron, pasando a ser de unos 14.000 reales, pero se puede afirmar, sin la más leve sombra de duda, que Boccherini no solo no murió pobre sino que su nivel de bienestar era bastante elevado.
Beethoven el ‘español’
A veces se afirma que Beethoven era conocido como el ‘español’, pero la principal alusión al respecto es la que aparece en el denominado Manuscrito Fischer, escrito entre 1837 y 1857 por Gottfried Fischer, quien de niño (entre 1776 y 1787) vivió en la misma casa que la familia Beethoven: ‘Por su color de piel se le llamaba en casa a menudo cuando era joven el ‘Spagnol’’. Es probable que se tratara de un apelativo que solo emplearon las familias Beethoven y Fischer durante esos años de infancia, no el sobrenombre universal que dan a entender algunos autores. La rocambolesca teoría de que el apodo ‘español’ se debía al supuesto origen catalán de la abuela paterna, María Josefa Poll, ha sido ya convenientemente aclarada y desmentida.
La brutalidad del padre de Beethoven
La mayor parte de las biografías no tienen piedad con Johann van Beethoven, el padre de Ludwig. Se cuenta que le pegaba, que le enseñaba mediante amenazas y torturas y que en medio de la noche, tras volver borracho de la taberna, levantaba al pequeño para que tocase durante horas. La historia de la taberna tiene su origen en Bernhard Mäurer, un violonchelista que llegó a Bonn en 1777 y que relató algunas historias sobre la infancia de Beethoven recogidas en un libro escrito por Friedrich Kerst en 1870 y publicado en 1913. En este libro leemos que Johann quiso que a su hijo le diera clase Tobías Pfeiffer, teclista y excelente oboísta, y para ello este se instaló en una habitación de la casa, permaneciendo desde la primavera de 1779 hasta marzo de 1780 (Ludwig tenía entonces 8 y 9 años).
Mäurer dice que Pfeiffer le enseñaba en horas irregulares, a menudo después de que cerrasen la taberna, nada más. De que fuera compañero de borracheras del padre de Beethoven y de que le obligaran a tocar no hay nada de nada en ninguna de las fuentes primarias. En la más importante para la niñez y adolescencia de Beethoven, el mencionado Manuscrito Fischer, lo único que encontramos es que el padre ‘le enseñaba con severidad’ y que alguna vez vio a Beethoven sentado al piano y llorando. Aunque menciona en varios pasajes la afición del padre por el vino, nunca dice que fuera un borracho ni que lo hiciera alguna vez con Pfeiffer. Algunos estudios concluyen que el consumo de vino de Johann van Beethoven estaba dentro de lo normal en esa zona del Rin.
Chopin y la tuberculosis
A mediados del siglo XIX la tuberculosis era la causa más frecuente de muerte en el norte de Europa; si el enfermo tosía, estaba delgado y a veces escupía sangre, no había que dar más vueltas, era tuberculosis. Eso era lo que creyó el propio Chopin durante toda su vida y así se ha aceptado siempre sin discusión. Desde hace unos años, sin embargo, hay varios estudios que parecen demostrar que la enfermedad que padeció el músico polaco y que finalmente le llevaría a la tumba no era tuberculosis sino fibrosis quística, una enfermedad hereditaria descubierta en 1932. Hay dos argumentos principales a favor. Primero: Chopin tuvo síntomas desde la infancia pero no murió hasta los 39 años, cuando la media de supervivencia de la tuberculosis era entonces de dos años. Segundo: no contagió a nadie, que se sepa. Sería muy sencillo salir de dudas haciendo un análisis de ADN del corazón de Chopin, conservado en el primer pilar de la izquierda de la Iglesia de Santa Cruz de Varsovia, pero las autoridades polacas se han negado hasta ahora.
Las aventuras del joven Albéniz
Es posible que no haya otro compositor con más leyendas sobre su vida que Isaac Albéniz, y lo más sorprendente es que muchas de ellas tienen su origen en el propio músico. Cuando tenía 25 años con_tó al periodista Antonio Guerra y Alarcón, entre otras cosas, que con 7 años fue a París junto a su hermana y su madre, que recibió clases de Antoine François Marmontel durante nueve meses, que realizó pruebas para entrar en el Conservatorio (la edad mínima de admisión era de 9) y que no le admitieron, a pesar de las excelentes calificaciones, porque sacó una pelota del bolsillo y la lanzó contra un espejo que se hizo añicos. Es muy dudoso que Albéniz hiciera tal prueba de ingreso porque, entre otras cosas, su nombre no aparece en ninguna de las exhaustivas actas del Conservatorio, como tampoco lo está en el registro de alumnos de Marmontel. Resulta igualmente sospechoso que su hermana Clementina, en varias entrevistas publicadas en periódicos, nunca mencionase esta larga estancia en París. De hecho, lo que dice Clementina es que Isaac no supo solfeo hasta los 6 o 7 años y que hasta entonces tocaba por ‘pura intuición’, así que mal podría haber hecho una prueba al Conservatorio de París.
Pero la aventura más célebre de Albéniz es, sin duda, el supuesto viaje como polizón en un barco cuando tenía 12 años (1872), huyendo de las autoridades y partiendo de Cádiz con destino a Buenos Aires. Afortunadamente Albéniz llevaba siempre consigo un ‘álbum’ en el que pegaba críticas de prensa y comentarios de sus admiradores y este ‘álbum’ no deja lugar a dudas: Albéniz no salió de España entre 1872 y 1875. Ofreció, efectivamente, numerosos conciertos en Cuba y Puerto Rico en el verano y otoño de 1875, cuando tenía 15 años, pero no fue buscando aventuras ni nada por el estilo sino acompañando a su familia, pues su padre había sido nombrado allí interventor general.
También ha quedado demostrado que Albéniz nunca se encontró con Liszt, a pesar de que el español escribiera en su diario (Budapest, 18 agosto 1880): ‘He ido a ver a Liszt: me ha acogido de la manera más amable; he tocado dos de sus estudios y una rapsodia húngara’. La correspondencia de Liszt revela sin discusión posible que en agosto de 1880 estaba en Weimar, no en Budapest.
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