Cuando se habla de ‘Verismo’, inmediatamente se asocia este movimiento operístico a títulos como: Cavalleria Rusticana de Mascagni y Pagliacci de Leoncavallo. En ellas se planteaban, con toda su crudeza, situaciones truculentas y las pasiones más recónditas que afectan al ser humano, siendo sus protagonistas personajes de extracción popular. Existe también un ‘Verismo’ de corte aristocrático, donde las características antes apuntadas, sin ceder un ápice de tremendismo, se trasladaban a escenarios de más refinamiento y sofisticación.
Participan de estas características óperas como Adriana Lecouvreur de Francisco Cilea, Tosca de Giacomo Puccini, Andrea Chénier y Fedora, estas dos últimas de Umberto Giordano (Foggia 1867-Milán 1948), quien, habiendo debutado con Mala Vita en 1892, compone un total de once óperas. Solamente Andrea Chénier de 1896 y en menor medida Fedora de 1898, se han mantenido en el repertorio habitual. Dos óperas del compositor foggiano, Madame Sans Gene de 1915 y La cena delle beffe de 1924, han sido repuestas con gran éxito en los últimos años. El Festival de Martina Franca de 1999 conmemoró el cincuenta aniversario de su muerte con la representación de otras dos óperas: Mese Mariano de 1910 (claro antecedente de Sour Angélica de Puccini) y su último trabajo escénico Il Re de 1929. Por tanto el público contemporáneo esta conociendo (Andrea Chénier y Fedora aparte), otras obras de este importante compositor.
Por Diego Manuel García
Los primeros pasos en la creación de Andrea Chénier, los da el libretista Luigi Illica, quien prepara un esquema argumental para Alberto Franchetti, compositor por aquellos años de bastante notoriedad. Sus óperas Asrael y Cristoforo Colombo, estrenadas en el Teatro Alla Scala, habían tenido mucho éxito. La incorporación de Umberto Giordano al proyecto de Andrea Chénier, se produce, curiosamente, debido al rotundo fracaso en 1894 de su segunda ópera Regina Diaz, que le había ocasionado la perdida del apoyo económico de su mentor, el editor Sonzogno. Su futuro como músico era incierto. Franchetti, gran amigo de Giordano, acudirá en su ayuda, ofreciéndole la composición musical de la nueva ópera y convenciendo al reticente Sonzogno para que la financiase.
Luigi Illica será el encargado de elaborar el libreto. En el verano de 1894, Illica y Giordano comienzan en Milán a trabajar en la composición de Andrea Chénier. Un año después la ópera esta concluida.
Luigi Illica construye una historia basándose en un personaje real, el poeta y diplomático francés André Chénier, quien desde su postura de intelectual progresista había apoyado con entusiasmo los ideales de la Revolución Francesa, para más tarde, mediante artículos periodísticos, criticar duramente todos sus excesos. Convertido en persona no grata al régimen, es detenido y encarcelado en la prisión de Saint Lazaro. Allí conocerá a la aristócrata Anne de Coigny (en la ópera Maddalena di Coigny), quien será la musa de sus últimos poemas La Jeune Captive. Parece ser que entre ellos no hubo ningún idilio real, pues mientras André Chénier fue condenado y ejecutado, Anne de Coigny logró salvarse y huir de Francia.
En la ópera sí existe un gran idilio entre Andrea Chénier y Maddalena di Coigny, quienes se conocen en el transcurso de una fiesta, en la mansión de los Coigny, poco antes del comienzo de la Revolución Francesa. Cinco años después, en pleno período del terror, volverán a encontrarse, surgiendo entre ellos un intenso y apasionado amor que les llevará, en un final de gran efectismo (típicamente verista), a afrontar juntos la muerte. Verdadero eje de la historia es Carlo Gérard, antiguo mayordomo de los Coigny y luego convertido en importante figura del nuevo régimen. Gérard está magníficamente caracterizado y con una poderosa presencia escénica. Se trata de una ópera eminentemente coral y de rápido desarrollo, donde muchos personajes secundarios adquieren, por momentos, verdadero protagonismo.
Umberto Giordano compone una música de gran riqueza melódica, con gran cantidad de temas y donde la orquesta se concentra, sobre todo, en complementar y acompañar a las voces, ilustrando de un modo eficaz la acción escénica. Brillante resulta la orquestación, como en el caso del magnífico concertante del Acto II ‘La donna che mi hai chiesto di cercare…’ . Giordano utiliza con habilidad temas recurrentes: los alegres acordes que se escuchan al comienzo de la ópera, reaparecerán, como motivo musical, que señala la presencia escénica de la Condesa di Coigny, madre de Maddalena. También alguna sección musical, que acompaña al racconto inicial de Carlo Gérard, volverá a escucharse en su dramática intervención del final del primer acto. Un bello tema orquestal precede y acompaña la reaparición en el segundo acto de Maddalena di Coigny y vuelve a ser escuchado, señalando su presencia durante el juicio en el Acto III. Resulta interesante la utilización en el acto primero de un instrumento como el pianoforte y una danza dieciochesca como la ‘Gavotta’, que de alguna manera simbolizan a la clase noble, a punto de perder todas sus prerrogativas. Importante en esta ópera, es la participación de los coros: en el Acto I, con el idílico ‘Oh! pastorelle addio…’, asimismo cuando la orquesta está ejecutando una brillante gavotta y un coro de mendigos interrumpe la ejecución de la danza. En los actos segundo y tercero, los coros reproducen la algarabía popular callejera o al tumultuoso público asistente en la sala del Tribunal Revolucionario.
Andrea Chénier es una ópera para grandes cantantes. El papel de Chénier, requiere un tenor lírico-spinto, para afrontar el famoso ‘Improvviso’ del Acto I; ‘Un dì all’azzurro spazio’ donde se alternan secciones de carácter lírico con otras de fuerte contenido dramático y donde la voz debe elevarse al si natural. Parecidas características tiene el aria del tercer acto, cuando Chénier se defiende ante el Tribunal Revolucionario, comenzando su discurso con voz heroica ‘Sì, fui soldato e glorioso affrontato ho la morte’, que se torna muy lírica, en la sección central «Passa la vita mia come una bianca vela», volviendo, al final del aria, a retomar el tono vibrante del comienzo. De carácter marcadamente lírico es el aria del Acto II ‘Credo a una possanza arcana’. En el acto cuarto, cuyas semejanzas con el tercero de la Tosca pucciniana (estrenada cuatro años después) resultan evidentes, Andrea Chénier, poco antes de morir, canta sus últimos poemas, que son su adiós a la vida, en la bellísima aria ‘Come un bel dì di maggio‘.
Maddalena di Coigny precisa de una soprano lírica-spinta, buena actriz capaz de transmitir, mediante una estilizada línea de canto, la profunda evolución psicológica del personaje, desde la frivolidad, cuando coquetea con Chenier en el primer acto, al miedo y la angustia, junto a la pasión amorosa, en el resto de la ópera. Momentos culminantes de su actuación son el aria del Acto II ‘Erabate possente‘ y, ya en el III, la difícil y muy matizada ‘Mamma morta…‘, donde debe emitir un si 4. Soprano y tenor juntan sus voces en los arrebatados dúos de los actos II y IV, escritos en una elevada tesitura.
Carlo Gérard es uno de los más importantes roles para barítono de todo el repertorio. Ya desde el mismo comienzo de la ópera, interviene en el arioso ‘Copiacente a’colloqui del cicisbeo’ seguido del aria ‘Son sessant’anni…’, y ya finalizando el primer acto en su duro enfrentamiento con la Condesa di Coigny ‘Sua grandezza la miseria‘. En el Acto III, la presencia en escena de Gérard es casi continua, destacando su famosa aria ‘Nemico della patria!‘, donde debe emitir un fa3, o, también, el arioso ‘Perchè ti volli qui? Perchè ti voglio!‘ con el subsiguiente dúo con Maddalena. Finalmente destacaremos durante el juicio su encendida defensa de Chenier ‘Qui è un orgia d’odi e di vendette!‘.
Otros personajes secundarios interpretados por mezzosopranos, tienen importantes intervenciones solistas como la mulata Bersi, cuando canta su aria del segundo acto ‘Temer? Perchè?‘; la vieja Madelón, con el aria del acto tercero ‘Son la vecchia Madelon‘; el papel de la Condesa di Coigny, de gran presencia vocal y escénica durante el Acto I.
Andrea Chenier fue estrenada, con gran éxito de publico, en el Teatro Alla Scala de Milán el 28 de marzo de 1896, siendo sus principales interpretes: Giuseppe Borgatti (el más importante tenor italiano del repertorio wagneriano) como Andrea Chenier, Evelina Carrera en el papel de Maddalena di Coigny y Mario Sammarco como Carlo Gérard, con la Orquesta y Coros del Teatro Alla Scala dirigidos por Rodolfo Ferrari.