
El Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música de la Universidad Autónoma de Madrid (CSIPM-UAM) lleva al Auditorio Nacional de Música una representación de Los Locos de Félix Máximo López. El evento, que cuenta con dirección de escena de Ana Contreras y dirección musical de Tomás Garrido, es una oportunidad de disfrutar de esta recuperación y de entender el impacto que el teatro musical del siglo XVIII tiene en nuestra tradición.
Por Manuel Pacheco
¿Cómo describirías Los Locos para animar a la gente a asistir a esta representación de la obra?
Se trata de una oportunidad única para escuchar una partitura muy desconocida, aunque en muchos aspectos fundamental para entender la génesis y la historia del teatro musical en España. Es una obra que no está grabada y que, por tanto, no puede escucharse en casa. Y de un compositor —Félix Máximo López (1742-1821), organista de la Real Capilla durante más de 40 años— que es relativamente conocido por su obra instrumental, pero muy desconocido como dramaturgo y músico para la escena.
La representación del 23 de marzo tiene el atractivo de que es precisamente eso, una representación y no un concierto, y cuenta con un elenco de grandes cantantes que son también grandes actores. Todo ello nos ayuda a entender apropiadamente el sentido y la comicidad de la música. Además, los números que hemos seleccionado tienen mucha gracia y nos introducen en el mundo dieciochesco de manera particular, pues retratan actividades de ocio de la época.
¿A qué prácticas musicales y teatrales hace guiños esta obra?
A lo largo de sus dos partes, que en total suman un manuscrito de 380 páginas y 34 números, encontramos varias piezas como sinfonías, arias, danzas macarrónicas, una cachucha o disparates. Incluso una fuga de capilla, que es una cosa muy singular. Es decir, que Los Locos incluye un repertorio muy variado y representativo de la música de moda en la época. También hay citas a piezas ajenas, como son los casos de ‘Mambrú se fue a la guerra’ (versión española de la canción francesa ‘Marlbrough s’en va-t-en guerre’), y ‘Arrójeme las naranjicas’, una pieza anónima del siglo XVII verdaderamente maravillosa. Ambas aparecen en uno de los números que hemos elegido. En cuanto a las danzas, encontramos por primera vez en la historia, según dicen los expertos, una cachucha. Se trata de un baile parecido al bolero que adquiriría la fama internacionalmente en la primera mitad del XIX, cuando lo bailó Fanny Elssler en el estreno de Le Diable boiteux de Eugene Coralli en 1836 en París.
Los Locos es teatro doméstico, es decir, que se hacía en el domicilio particular e interpretado para conocidos por miembros de la familia y amigos, una práctica netamente dieciochesca. Como su nombre indica, es un disparate de Carnaval que sigue los códigos del mundo al revés. Hasta el siglo XVIII el Carnaval se vivía de una manera que ahora es difícil de entender, porque suponía un período de verdadera subversión en el que se invertían las reglas sociales y morales y en el que participaba todo el mundo. Los números que hemos seleccionado nos introducen en este tipo de prácticas de ocio de la época. Uno de ellos, por ejemplo, alude en clave cómica a una corrida de toros muy famosa en la que murió el gran torero Pepe-Hillo, inmortalizada por Goya en varios cuadros que hoy están en el Museo del Prado. Otro es una tarde de teatro, en la que los cantantes representan tanto al público como a los actores de la obra teatral.
Todo este conjunto de rasgos cómicos, ¿aporta dificultades de interpretación al trabajo de los cantantes?
Sin duda. En primer lugar, porque la comedia es muy difícil: requiere gran precisión y es cultural. La comedia exige comprender las referencias de su tiempo y lugar. Para hacer reír hoy, es necesario ‘traducir’ esos referentes al público actual. Además, el teatro doméstico fue concebido para un círculo íntimo, lo que plantea un reto al trasladarlo a un escenario público, ante una audiencia mucho más numerosa y con una separación entre el escenario y la sala que aleja física y simbólicamente a los cantantes del público. Esta lejanía choca con la comicidad rápida del juego de ingenio.
Por otro lado, hay que generar una relación de familiaridad con el público para que esta comicidad pensada para el espacio de lo íntimo surta efecto. Como sabemos, en el entorno familiar nos hacen gracia puyas y tonterías que no la tienen fuera de él, y también tenemos licencia para hacer y reírnos de bromas de dudoso gusto o incluso políticamente incorrectas. Encontrar el tono es complicado, pero la obra tiene un mecanismo perfecto y el elenco cuenta con una formación actoral y una vis cómica que hacen de las dificultades virtudes.
Teniendo esto en cuenta, ¿has concebido la escena para tratar de hacerla accesible al público actual, o intentando ser fiel a las prácticas de la época?
He intentado hacer las dos cosas, es decir, lo que en dirección de escena llamamos establecer las analogías entre la época de la obra y la nuestra. Hay dos cosas que a mí personalmente me fascinan del teatro del XVIII: la autorreferencialidad y la apelación al público, que son también prácticas habituales en el siglo XXI. Por eso he ideado una dramaturgia con escenas entre número y número en las que se plantea el aquí y ahora de la función. Eso seguramente es lo mismo que ocurría entonces en este tipo de representaciones, en que los cantantes-actores improvisaban y hacían comentarios sobre lo que estaba ocurriendo, como consta en textos y documentación de la época. Así, en nuestra puesta en escena hay dos tipos de escenas y dos tipos de interpretación actoral: la de los números de López y las escenas teatrales que sirven de hilo conductor entre número y número.
¿Cómo se plantea el trabajo conjunto entre la escena y la música, dirigida por Tomás Garrido?
Tomás Garrido es un gran director musical y conoce muy bien la obra. De hecho, él llevaba veinticinco años intentando estrenarla hasta que la estrenamos hace dos años, así que ha sido una guía imprescindible para entender el sentido de algunos pasajes. Hemos hablado mucho sobre la partitura, las variaciones de género, tonalidad, estilo, tempo, etc., en los números elegidos. Considerando que Félix Máximo es un autor global y por lo tanto buscaba una unidad expresiva, y como a mí me interesa especialmente ese trabajo fino, de orfebrería casi, entre el texto, la música y la acción, pues ha sido un placer enorme trabajar con Tomás. Yo me he puesto a su servicio en estas cuestiones musicales, que obligan a ser consideradas en la puesta en escena, y él se ha puesto totalmente al servicio de la idea escénica, no solo como director musical sino también como actor. Entre los dos nos hemos divertido mucho.
La obra de Félix Máximo López, que fue escritor además de compositor, tuvo reconocimiento en su época. ¿Por qué crees que Los Locos ha estado en el olvido durante tanto tiempo?
Pues no puedo afirmar saber la razón única, pero sí aventurar algunas suposiciones. Los Locos es una partitura que Félix Máximo escribió a lo largo de toda su vida, así que no hay una versión última, acabada, por así decirlo. Además, es teatro doméstico, por lo tanto, no se estrenó fuera de su hogar, y mucho menos se imprimió en su momento, lo que hubiera contribuido a la difusión. En este sentido, me gustaría poner de relevancia la labor de María Luisa Navarro, que estudió el teatro de Félix Máximo López en su tesis doctoral y se ha encargado de la edición musical. Su labor y su sabiduría, que ha puesto totalmente al servicio del proyecto, han sido fundamentales para el estreno y reestreno de la obra.
Por otro lado y, sobre todo, el Carnaval cayó en desgracia. Viktor Stoichita lo explica muy bien en el libro El último carnaval. El gobierno intentó acabar con él a base de decretos y prohibiciones desde el año 1766, como consta en la ingente documentación conservada en la Biblioteca Histórica de Madrid, aunque no lo logró hasta la entrada del nuevo siglo. La Ilustración y el Neoclasicismo trajeron nuevas modas y seriedad a la comedia, así que el disparate, la locura y el mundo al revés desaparecieron de los teatros y de la vida.
¿Qué relación te une con la programación del CSIPM-UAM y su labor de recuperación de patrimonio?
Sobre todo, me une el afecto por las personas que lo conforman. Comparto los ideales de su misión, la recuperación del patrimonio musical y, en concreto, de la música escénica de nuestro país. He tenido la enorme fortuna de que me propongan colaborar en varias producciones y nunca estaré lo suficientemente agradecida. Es un privilegio y un placer, y siempre aprendo muchísimo.
Quiero aprovechar para dar las gracias su director, Germán Labrador, por contar conmigo una vez más para embarcarnos en estas aventuras tan divertidas y didácticas, y a todo el personal del centro, formado por personas extraordinariamente cualificadas y que hacen una labor increíble, con una inteligencia, saber hacer y discreción que da gusto.
¿Cuáles son tus intereses profesionales o académicos en lo que respecta al teatro musical del siglo XVIII?
Yo soy dieciochista. Hice mi tesis sobre la comedia de magia del XVIII, que es teatro musical; de paso, leí y estudié muchas ‘drammas harmónicas’ (como se decía entonces) y otro tipo teatro, de gran espectáculo también musical, como son las comedias de santos y las comedias militares. Este estudio me ha hecho apreciar el teatro musical de esta época. Es el momento de nuestra historia en que el teatro en general, y el teatro musical en particular, ha tenido más éxito. El furor que causaba, las hinchadas de espectadores que acudían a los coliseos a apoyar a su compañía y sus actrices y actores favoritos, los comentarios que despertaban y las horas que las gentes se pasaban hablando en los mentideros sobre la comedia del día anterior… Todo esto solo es comparable hoy al fútbol o a conciertos de grandes estrellas internacionales. Pero este teatro sigue siendo desconocido e injustamente despreciado. Solo llevándolo a escena podemos llegar a entender por qué gustaba tanto y por qué puede todavía aportar algo a nuestro mundo. Y es porque su maquinaria escénica y musical funciona perfectamente y porque la subversión y diversión que emana de las piezas conecta totalmente con nuestras ideas de libertad e igualdad.
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