La reina hechicera Alcinasubyuga con caprichosa maldad; convierte a enemigos y a amantes en fieras y objetos inanimados y mantiene hechizado al caballero Ruggiero, a quien su enamorada, Bradamante, intentará liberar.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
Alcina fue el último gran éxito operístico de Haendel. Desconocemos cuándo empezó a componerla ni cuánto tiempo le tomó el trabajo; en la partitura autógrafa figura únicamente la fecha de conclusión: 8 de abril de 1735. Se conjetura que pudo empezarla durante las representaciones de Ariodante, y que tras el éxito del niño tiple William Savage como Joás en el estreno londinense del oratorio Athalia en Cuaresma (el Daily Post del 3 de abril señala que recibió ‘aplausos universales’), Haendel decidió incorporarlo al elenco de Alcina, creándose para él el personaje de Oberto.
El 12 de abril tuvo lugar el primer ensayo en el domicilio del compositor en la calle Brook. La señorita Mary Pendarves, vecina y amiga íntima de Haendel, que asistió al ensayo en compañía de su hermana, afirmaría no tener palabras —tal fue la impresión— para describir la ópera, ni atreverse a juzgar si era o no la mejor salida de la prolífica pluma del compositor, a quien, sin embargo, no pudo evitar imaginar como ‘un nigromante en medio de sus propios encantos’ mientras interpretaba al clave. Pendarves consideró mencionar cierta escena deliciosamente cantada por la soprano Anna Strada del Pò, detta la Stradina (si bien los ingleses preferían llamarla ‘the Pig’), pero descuidó referirse al primo uomo, el castrato Giovanni Carestini, virtuoso con voz de mezzosoprano celebrado por su elegancia y cuidado en la ornamentación. El veleidoso cantante incurrió en la torpeza de devolverle a Haendel el aria ‘Verdi prati, selve amene‘ pretextando no ajustarse a su manera de cantar. Otro compositor habría rehecho el aria sin más, pero Haendel no. En defensa del que acabaría siendo uno de los números más famosos de la ópera, se encaminó a casa de Carestini y, en un modo que nadie habría osado dirigirse a un primer cantante, en terrible inglés con acento alemán, vino a espetarle: ‘¡Decid! ¿No sé yo mejor que vos lo que podéis cantar mejor? —y para que no cupiera duda de que estaba en posesión de la verdad, añadió—: Si no cantáis todas las arias que os dé, no os pagaré ni un penique’.
El 16 de abril Alcina subió a escena en el Covent Garden. El estreno fue honrado con la presencia de los reyes, que volvieron a dejarse ver en varias de las nada menos que dieciocho representaciones alcanzadas por la ópera; número superado solo, entre las óperas del compositor, por Adameto en enero de 1727. Como ocurriera con Orlando y Ariodante, estrenada tres meses antes, el libreto era una adaptación del Orlando furioso de Ludovico Ariosto, concretamente de los Cantos VI y VII, vertidos en verso nuevo posiblemente por Antonio Marchi, quien se sirvió, además, del libreto de L’Isola d’Alcina de Riccardo Broschi, compositor hermano de Farinelli. Acompañando a la Stradina y a Carestini, intérpretes de los roles de Alcina y Ruggiero, cantaron la soprano Cecilia Young (considerada por Charles Burney la mejor voz femenina inglesa de su tiempo) como Morgana; la contralto Caterina Negri como Bradamante; el tenor John Bread como Oronte; el bajo Gustavus Waltz (cocinero de la Stradina y mejor actor que cantante) como Melisso; y el mencionado niño tiple como Oberto. El nombre de los seis cantantes del coro quedó recogido en la partitura autógrafa. La compañía de John Rich, anterior empresario del Covent Garden, danzó una coreografía de la célebre bailarina francesa Marie Sallé.
La prensa londinense se hizo eco de la entusiasta recepción del público; se alabó a los cantantes y a sus arias (‘Verdi prati, selve amene‘ se repetiría en todas y cada una de las representaciones); se alabó a Haendel que, como de costumbre, dio comienzo a la velada interpretando un concierto al órgano que fue concluyendo en los entreactos. Un ‘Filarmónico’ anónimo publicó una oda sobre su interpretación en The Grub-Street Journal; en The Universal Spectator, un filósofo extrajo lecciones morales, describiendo Alcina como ‘hermosa e instructiva alegoría’. Y aunque no hubo mención a ninguno de los lucidos bailes, la mácula de la noche recayó sobre la coreógrafa. Sallé fue siseada en mitad de la actuación por representar a Cupido vestida con ropas de hombre. No era la primera vez que sorprendía al selecto público inglés por motivo de su vestuario; un año antes había aparecido sin falda ni vestido, sin peluca ni tocado, luciendo únicamente una túnica que dejaba entrever el corpiño y las enaguas. El público, que no estaba para esa clase de novedades, no ocultó por segunda vez la desaprobación. Cuál no sería la indignación de Sallé que al término de la temporada partió para Francia jurando no volver a bailar para los ingleses.
El precio del triunfo
Con el éxito de Alcina Haendel logró en parte reponerse de las pérdidas ocasionadas por la guerra sostenida contra la Ópera de la Nobleza, compañía patrocinada por el príncipe de Gales, y a la que desertaran la soprano Francesca Cuzzoni, detta la Parmigiana, y el imponente barítono Antonio Montagnana de la Real Academia de Música, compañía reflotada de la bancarrota por Haendel con su propio peculio. Astros como el castrato Francesco Bernardi, detto Senesino, o el gran Farinelli fueron contratados por la Nobleza con el propósito de arruinar a Haendel, merecedor de la animadversión del príncipe por el mero hecho de ser el compositor predilecto su padre, el rey Jorge II. Ocurrió con la anterior dinastía y volvía ocurrir con la nueva importada de Hanover: el heredero y el regente no se soportaban; el hijo intrigaba sin descanso para humillar al padre ante el país y el padre, dirigiéndose al hijo del peor modo imaginable, lo desterraba de la corte y reducía su asignación. Cuando los cantantes de la Academia abandonaron a Haendel, solo la Stradina permaneció a su lado; de ahí que, para complacerla, el cocinero Waltz promocionara de los fogones al escenario. Para Waltz, que no era comparable ni de lejos con Montagnana, Haendel hizo numerosas adaptaciones y arreglos en Alcina; sin embargo, dejó de contar con él en la reposición prevista para las noches del 6 al 9 de noviembre. El papel de Melisso lo interpretó Thomas Reinhold, un talentoso bajo alemán que cantaría en oratorios y óperas de Haendel durante la década siguiente.
Pero Waltz no fue el único en caerse del cartel: casi todos los nombres rotaron. Carestini, agotado después de cantar nueve papeles heroicos en dos temporadas, harto de ser comparado en todo con Farinelli y resentido del trato dispensado por Haendel, también abandonó Inglaterra; lo reemplazó el castrato Gioachinno Conti, detto Gizzielo, potente soprano de estilo fluido que había cantado ya en Ariodante. La hermana de Caterina Negri, Rosa, sustituyó a la espléndida Cecilia Young como Morgana. Rosa, mezzo más bien mediocre, precisó reducir su presencia a solo cuatro arias; así la bellísima ‘Tornami a vagheggiar‘ fue transferida a Alcina. Puesto que Sallé se había marchado, todas las danzas, excepto las inmediatas a la obertura, fueron acortadas. Siete arias, acortadas también, fueron privadas de la sección central, pasando de la exposición directo al da capo. Para suavizar la disputa amorosa entre Oronte y Morgana, el recitativo de tres escenas fue asimismo aligerado.
La Alcina representada en abril quedó, pues, sensiblemente adaptada a fin de no comprometer un nuevo triunfo, aunque fuese por la mínima, en noviembre. Antes del reestreno, Haendel, cuya salud se había resentido, pasó el mes de junio descansando en el balneario de Tunbridge Wells, a treinta millas de Londres; a su vuelta acudió como espectador al King’s Theatre, donde la Ópera de la Nobleza representaba Adriano in Siria, de Franceso Maria Veraccini, considerado por Burney como el mejor violinista del mundo. Veraccini era, junto con el compositor Nicola Porpora, maestro de Farinelli, la apuesta decisiva de los nobles para acabar definitivamente con Haendel. Lord Hervey, que encontró insufrible Adriano in Siria, escribió haber regresado con el rey del King’s Theatre ‘después cuatro horas de bostezos en la ópera más larga y aburrida con que [se] haya castigado a la ignorancia del público inglés’; opinaba también que el libreto había sido escrito ‘por un idiota anónimo y la música por un tal Veraccni, un enloquecido [que] entre media docena de partes muy malas, [dio] a Cuzzoni y Farinelli las dos peores’; que Senesino, una suerte de ‘eco al revés’, había ‘perdido toda su voz’, y no conservaba ‘de su anterior personalidad nada salvo sus carnes’ abundantes. Hervey contó que Haendel, ‘sentado con gran dignidad y orgullo en el centro del patio de butacas [escuchaba] con aspecto de silencio triunfo’. Era evidente que la Ópera de la Nobleza, pese a disponer de los mejores cantantes, acusaba una gran fatiga. Aparte estaba el hecho de que dos compañías de alto nivel eran demasiado para el interés del público londinense, pues los suscriptores de ambos teatros, sumados a las subvenciones por temporada (1.000 £ al Covent Garden por parte del rey, de las 9.000 £ que requería Haendel) no compensaban los gastos de representaciones tan costosas.
Al reestreno de Alcina el 6 de noviembre, devolviendo a Haendel la visita, acudieron los príncipes de Gales; la pareja, que acaba de contraer matrimonio, se encontró con un palco especialmente decorado. Pese a cambios y recortes Alcina volvió a triunfar. Los príncipes, quién sabe si para socavar aún más las finanzas de Haendel, desearon asistir a otra representación de la ópera a finales de temporada. Dicho deseo fue satisfecho, con nuevos cambios en el reparto, pero sin novedades en cuanto al aplauso, el 10 de junio de 1737. En palabras de Lord Shaftesbury la representación ‘se realizó de manera incomparable’.
Trama y grandes momentos de Alcina
Alcina mantiene, hechizado y cautivo en su isla, al caballero Ruggiero. La enamorada de este, Bradamante, disfrazada de su hermano Ricciardo, llega con el propósito de rescatarlo; la acompaña Melisso, su mentor. En cuanto ve a Ricciardo, Morgana, hermana de Alcina, se enamora de él.
En su palacio, mientras Ruggiero le sostiene un espejo, Alcina se engalana. Bradamante enfurece al encontrarse a su amado sirviendo a la maga. Antes de partir, esta ordena al caballero que muestre a los invitados el magnífico palacio: ‘Tanto mi è grato… Di’ cor mio, quanto t’mai‘ (Acto I, Escena 2). Una vez solos, Bradamante reprocha a Ruggiero la infidelidad; algo que él niega, pues en su vida ha tenido más amor que Alcina. Entra el jefe de la guardia de Alcina, Oronte, dolido por el desamor de Morgana, y se sincera a Ruggiero: ‘Semplicetto! A donna credi?’ (Acto I, Escena 8). Morgana, que acaba de saber que Ricciardo no ama a Alcina, ve expedito el camino a su amor: ‘Tormani a vagheggiar‘ (Acto I, Escena 14).
Melisso convence a Ruggiero de que vista de nuevo la armadura y escape lejos de Alcina; mediante un anillo mágico le muestra cómo el fabuloso palacio en que están es en realidad un desierto. Alcina, empero, no debe saber que su hechizo sobre Ruggiero ha quedado roto. Bradamante insiste en mostrarse como tal a Ruggiero, pero este porfía, creyéndose víctima de un segundo hechizo, en confundirla con Ricciardo; la joven enfurece: ‘Vorremi vendicarmi del perfido cor‘ (Acto II, Escena 2). Ruggiero no puede estar más confundido: ‘Mi lusinga il dolce affetto con l’aspetto del mio bene‘ (Acto II, Escena 3).
Ante la estatua de Circe, Alcina inicia un conjuro destinado a convertir en fiera a Ricciardo, pero Morgana la interrumpe y convence de que suspenda la magia. Al aparecer Ruggiero, Morgana informa a su hermana de que el caballero, en efecto, está enamorado, pero no de ella: ‘Ama, sospira, ma non t’offende‘ (Acto II, Escena 5). Ruggiero pide a Alcina retomar las armas so pretexto de partir de cazar. Oberto llega demasiado tarde para advertir a la maga de que el verdadero propósito de Ruggiero es escapar con los recién llegados. Alcina se siente traicionada: ‘Ah! mio cor! schernito sei!’ (Acto II, Escena 8). Ruggiero encuentra a Bradamante a la que, por fin, reconoce como su amada; luego, mirando en derredor, se despide del maravilloso pero falso entorno creado por Alcina: ‘Verde prati, selve amene‘ (Acto II, Escena 11).
En la mazmorra subterránea donde practica magia, Alcina maldice a Ruggiero e invoca contra él a las Sombras antes de advertir, estupefacta, que sus poderes la han abandonado: ‘Ombre pallide, io so, mi udite‘ (Acto II, Escena 12). Derrotada, ruega a Ruggiero que permanezca en la isla; pero él, caballero de nuevo armado, siente con insistencia la llamada de la gloria. Antes de partir, sin embargo, destruye la urna que encerrara el poder malvado de la maga: ‘Sta nell’Ircana pietrosa tanta tigre sdegnosa‘ (Acto III, Escen 3). Alcina entonces se desvanece y numerosas piedras, hombres por ella transformados, recuperan al momento su verdadero ser.
Discografía recomendada
Joyce DiDonato y Maite Beaumont en los roles protagónicos de Alcina y Ruggiero. Il Complesso Barrocco bajo la dirección de Alan Curtis. CD, Archiv, 2009.
Renée Fleming y Susan Graham. Les Arts Florissants dirigidos por William Christie. CD, Erato, 1990.
Patricia Petibon y Philippe Jaroussky. MusicAerterna y Freiburger Barockorchester dirigidos por Andrea Marcos. DVD, Erato, 2016.
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