El 11 de abril se cumplen 101 años del nacimiento del compositor argentino Alberto Ginastera. A pesar de su fuerte sentimiento nacionalista, supo conjugar con maestría los elementos del folclore tradicional y los innovadores desarrollos musicales que estaban teniendo lugar en la Europa del momento. Celebramos su aniversario haciendo un recorrido por su vida y obra, y deteniéndonos en su composición más interpretada: sus tres Danzas Argentinas Op. 2 para piano.
Por Luis Ponce de León
Un temprano interés por la música
Alberto Ginastera nace en Buenos Aires el 11 de abril de 1916. Si bien ninguno de sus padres es músico, desde una corta edad muestra interés por la música. A los 7 años comienza a recibir clases de música y a los 12 ingresa en el Conservatorio Williams de su ciudad natal, donde se graduará en composición con medalla de oro.
En 1936 accede al Conservatorio Nacional de Música, donde continúa sus estudios de composición con el maestro José André, quien se convertirá en uno de los responsables de la influencia del estilo francés presente en algunas de las composiciones tempranas de Ginastera, como sus Piezas infantiles (1934), que recuerdan a la suite El rincón de los niños de Debussy. Durante su época de estudiante conoce a Mercedes de Toro, también alumna del Conservatorio, con la que contraerá matrimonio en 1941.
Los primeros éxitos de Alberto Ginastera
Incluso antes de graduarse del Conservatorio Nacional en 1938, Ginastera ya había compuesto un número significativo de obras que mostraban indicios de su estilo personal. Uno de los primeros éxitos, que contribuyeron a su reputación como compositor de renombre, fue el estreno en 1937 de una suite orquestal para el ballet Panambí en el Teatro Colón, cuyo argumento estaba basado en una leyenda de los indios guaraníes. Ese mismo año escribiría la conocida suite de tres Danzas Argentinas para piano, a la que nos aproximaremos más adelante.
Fruto del exitoso estreno de Panambí, sería el encargo de un segundo ballet en 1941, Estancia, que mostrará escenas de la Argentina rural. El sentimiento nacionalista estará claramente presente en esta obra, como ocurrirá en otras como sus Cinco canciones populares argentinas o su Obertura para el “Fausto” criollo.
Estancia en los Estados Unidos
Gracias a la concesión de la prestigiosa beca Guggenheim, Ginastera y su familia tendrán la oportunidad de viajar a los Estados Unidos en diciembre de 1945. Durante el año y medio de estancia tendrá oportunidad de visitar escuelas tan célebres como Juilliard, Yale, Harvard o Columbia.
Ginastera tendrá ocasión de asistir a interpretaciones de su propia música a cargo de la Liga de Compositores en Nueva York o la Unión Pan-Americana en Washington D. C. Participará, asimismo, en el curso de composición que ofrecerá Aaron Copland en el Festival de Tanglewood, a partir del cual mantendrán una cercana amistad.
Regreso a Argentina
Entre los hitos más destacados de la vida de Ginastera tras su regreso a Argentina podemos destacar su fundación y presidencia de la sección argentina de la Sociedad Internacional para la Música Contemporánea (ISCM) en 1948. La elección de su primer cuarteto de cuerda para su interpretación en la vigesimoquinta edición de la ISCM, en Frankfurt en 1951, le llevará a viajar a Europa por vez primera.
Ginastera es nombrado director del Conservatorio de Música en la Universidad de La Plata. Su destitución posterior fue unas de las consecuencias derivadas de los choques con el régimen político de Perón, que a partir de 1952 controlaba las actividades políticas, culturales y educativas de Buenos Aires.
A pesar de los conflictos de índole político, la carrera de Ginastera como compositor continuó progresando, alcanzando varias de sus obras el reconocimiento internacional, como su primera Sonata para piano (1952), las Variaciones concertantes (1953) o la Pampeana nº 3 (1954), encargo de la Orquesta Sinfónica de Louisville.
Gracias a la brillante reputación adquirida, Ginastera comienza a basar su actividad compositiva únicamente en encargos, principalmente procedentes de Estados Unidos. En 1963 es nombrado director del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, gracias al cual se facilitará a los jóvenes compositores de Latinoamérica la oportunidad de estudiar con maestros de la talla de Aaron Copland y Olivier Messiaen.
La influencia de los compositores de la Segunda Escuela de Viena, como Alban Berg y Anton Webern, marcará el comienzo de un nuevo período compositivo en la obra de Ginastera. Sus óperas Don Rodrigo (1964), Bomarzo (1967) y Beatrix Cenci (1971), evidenciarán su dominio del serialismo, simetría estructural y utilización de microtonos.
Segundas nupcias: el violonchelo como fuente de inspiración
El divorcio de su esposa en 1969 supuso un período de sufrimiento en la vida de Ginastera que tuvo importantes consecuencias en su labor creativa. La angustia no le permitía componer y, de hecho, no pudo cumplir con varios de los encargos pendientes.
No obstante, su segundo matrimonio en 1971 con la cellista argentina Aurora Nátola, fue el germen de una década de intensa actividad compositiva. El chelo se convirtió en instrumento protagonista en obras como su Sonata para chelo, dos conciertos para chelo y una colección de piezas líricas también para este instrumento, en las que pueden encontrarse símbolos de carácter amoroso.
Ginastera enfermó mientras trabajaba sobre su tercera sonata para piano, falleciendo en Ginebra en 1983, a la edad de 67 años.
Un distinguido compositor
Sus nombramientos como miembro de la Academia Brasileira de Música, de la Facultad de Artes Musicales de Chile, de la Academia de Artes y Ciencias de Boston, como Doctor en Música de la Universidad de Yale, como oficial de la “Orden de las Artes y las Letras” del Gobierno de Francia, entre muchas otras distinciones, son solo un ejemplo de la relevancia internacional de este gran compositor que supo aunar tradición y modernidad con excelente acierto.
Evolución del estilo de Ginastera: una fusión de culturas
Al igual que la propia Argentina, donde coexistían las tendencias musicales europeas e internacionales en los núcleos urbanos y la interpretación de danzas y cantos tradicionales en las zonas rurales, la obra de Ginastera es un reflejo de esta combinación de culturas. El compositor logra fusionar magistralmente la tradición musical europea, que conoce durante su formación como músico, con las tradiciones iberoamericanas y amerindias de Argentina. El balance entre ambas varía a lo largo de su carrera, pudiendo establecerse varios períodos en la obra del compositor.
El propio Ginastera manifestó que su obra podía estructurarse en tres períodos. En primer lugar, el período de “Nacionalismo Objetivo” (1934-47) se caracterizaría por la utilización de elementos del folclore, a la vez que un empleo de las técnicas de composición tonal tradicionales. A esta época pertenecen, por ejemplo, sus Danzas Argentinas para piano, el ballet Estancia y la Pampeana nº 1.
En un segundo período, denominado “Nacionalismo Subjetivo” (1947-57), Ginastera tendería a integrar ritmos de danza y elementos del folclore argentino con ideas temáticas originales. Se emplean técnicas más avanzadas, desempeñando las músicas vernáculas un papel menos determinante. La Pampeana nº 3 para orquesta y la Sonata nº 1, Op. 22 para piano pertenecerían a este período.
Finalmente, en el período de “Neo-Expresionismo” (1958-83) el compositor combinaría el serialismo con técnicas dodecafónicas y procedimientos de vanguardia. A diferencia de los dos períodos anteriores, donde prima la tonalidad y politonalidad, en este tercer período Ginastera se decanta por la atonalidad.
Sus óperas, sus dos conciertos para piano y orquesta, el Segundo concierto para violonchelo y orquesta, la Cantata para América Mágica y la Segunda y Tercera Sonata para piano, son algunas de las obras de este último período del que Ginastera afirmaría lo siguiente: “No hay más melodías folclóricas ni simbolismo. De todos modos hay constantes elementos argentinos, como ritmos fuertes y obsesivos, adagios meditativos sugiriendo la tranquilidad de la mágica y misteriosa Pampa”.
A diferencia de otros compositores nacionalistas, Ginastera no solo mostró una sensibilidad hacia los aspectos de su cultura local, sino que también se interesó por las corrientes compositivas internacionales del momento. La obra de Ginastera es el reflejo de un músico que se impregna de la historia, el folclore y la literatura de su país natal, al mismo tiempo que encuentra en las técnicas contemporáneas de composición, como el serialismo dodecafónico y la politonalidad, su medio de expresión.
El catálogo de un perfeccionista
Teniendo en cuenta los importantes logros de Ginastera a lo largo de su carrera, cabría tal vez esperar un catálogo más extenso de obras. No obstante, estamos ante un compositor perfeccionista que decidió no incorporar a su catálogo una buena parte de su creación, por considerar que no estaba a la altura.
De hecho, Ginastera destruyó gran parte de las obras escritas antes de completar sus estudios de composición en el Conservatorio Williams. A pesar de todo, su producción fue lo suficientemente significativa como para poder considerarle uno de los compositores latinoamericanos más importantes de la música clásica.
Además de las obras ya destacadas anteriormente, cabría añadir sus éxitos como compositor de música para cine, culminando en galardones como los otorgados por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Argentina en 1942, 1949 y 1954.
Las Danzas Argentinas para piano
Siendo pianista, no sorprende que una parte relevante del catálogo de Ginastera consista en composiciones para piano, entre las que se encuentran sus tres Danzas Argentinas Op. 2 (1937), una de sus obras más conocidas y la más ejecutada por pianistas de todo el mundo.
La primera de ellas, la Danza del viejo boyero nos muestra la escena del hombre que cuida de los bueyes y que sufre un pequeño altercado durante su viaje. De entrada sorprende la bitonalidad de la pieza: la mano izquierda solo toca teclas negras, mientras que en la derecha solo encontraremos teclas blancas.
Escuchamos un ritmo de malambo, una danza competitiva asociada a los gauchos, incluyendo una hemiolia típica de este género. La pieza termina con las notas Mi-La-Re-Sol-Si-Mi, los sonidos de las cuerdas al aire de una guitarra, un recurso de especial valor sentimental para Ginastera, que podremos encontrar en otras de sus obras como en la parte de arpa de sus Variaciones concertantes.
La melancolía inunda la Danza de la moza donosa, una danza en forma ternaria que combina el suave balanceo del ritmo de una danza tradicional como es la zamba, en la mano izquierda, junto con expresivas melodías con abundantes giros cromáticos en la mano derecha.
La textura se enriquece en la sección central, donde la superposición de intervalos de cuarta, quinta y octava a la melodía confiere una sensación de amplitud, tal vez reflejando la infinita vastedad de la Pampa. En la sección final aparece de nuevo la melodía inicial, esta vez por terceras, desembocando en un acorde atonal que deja al oyente contemplando el paisaje en un estado de total incertidumbre.
El gaucho, importantísima figura del folclore argentino, vaquero encargado del ganado y caballos en enormes ranchos de la Pampa llamados estancias, es el protagonista de la danza que concluye la serie, una virtuosística pieza a modo de tocata. El título de esta tercera danza, Danza del gaucho matrero, parece estar derivado del poema Martín Fierro de José Hernández.
Es una obra significativa de la poesía gauchesca transmitida oralmente por los payadores, quienes interpretarían sus cantos acompañados de la guitarra, de estancia a estancia, compartiendo relatos del pasado y transmitiendo noticias de la actualidad a cambio de posada.
Los patrones rítmicos enérgicos del malambo vuelven a estar presentes, junto con evocadores efectos pianísticos: podemos escuchar disparos en la aparición intermitente de clústeres en la mano derecha, o tal vez un salto aventurado a través de un glissando, y siempre el vigor del zapateo de una danza gaucha. Unos atrevidos contrastes dinámicos, cambios de compás, bitonalidad y momentos seriales, comunicarán al oyente la rebeldía de este singular personaje.
Recomendamos a los lectores, si no han tenido aún la ocasión de escuchar esta obra maestra, que disfruten de algunas de las magníficas interpretaciones de estas Danzas argentinas, como las que nos ofrecen Martha Argerich, Bárbara Nissman o Santiago Rodríguez, entre otros.