Agustín González Acilu (Alsasua, 1929-Madrid, 2023) fue músico, un creador, un inventor de estrategias para combinar sonidos que dedicó su vida a aprender cómo hacerlo mejor cada día. Con este empeño, su obra, lejos de modas y de oportunismos, consigue rasgos muy personales que deben ser recorridos atentamente. La libertad creativa, el rigor y la coherencia de un pensamiento bien estructurado y ligado siempre a planteamientos éticos, concretan una música que se distingue por una organicidad y una fuerza extraordinarias.
Por Teresa Catalán
Discípula de Agustín González Acilu y compositora
El aniversario de la desaparición de Agustín González Acilu es un buen pretexto para repasar sus méritos y acercarnos a su trayectoria. Es imprescindible empezar admitiendo que hablamos de un intelectual de amplia cultura. Su gran conocimiento e implicación con la filosofía y las artes —que contribuyeron a construir un pensamiento solvente y sólido— fue forjado de cara al mundo. Acilu nunca se ensimismó en su trabajo de creación sin conocer y valorar todo aquello que le tocó vivir; muy al contrario, mantuvo la mirada atenta a un panorama que, ante él, sufrió convulsiones y cambios muy significativos. Quizá por eso nunca perdió la capacidad de escrutarlo, convirtiendo su observación crítica en terreno feraz, en un aprendizaje desde el que cristalizó un sabio y un ser humano singular. De hecho, con la fuerza de su personalidad, supo cimentar un quehacer coherente y capaz de interpretar su momento histórico con clarividencia. Podemos afirmar que su tiempo no modificó su empeño ni su firmeza, pero él sí fue capaz de aportar un legado sin el que posiblemente ese tiempo sería distinto.
Primeros años
Para construir someramente una biografía, situamos su infancia escuchando la música de Johann Sebastian Bach, interpretada por Luis Taberna, en el órgano de la Muy ilustre Villa de Alsasua (Navarra), su lugar natal, algo que marcó a aquel niño, que desde entonces manifestó siempre la importancia de la huella que dejó el maestro alemán en su idea creativa.
Con 12 años dio sus primeros pasos en la banda municipal sosteniendo un clarinete piccolo y una gran pasión por la música, y con solo 15 empieza su vida laboral incorporándose como ‘pinche’ a la fundición FASA de Alsasua. Según reconocía, en esa etapa aprendió mucho de aquella dureza y del contacto con unos hombres que, con conciencia de clase, le enseñaron a ambicionar el estímulo vital que significa el placer por lo bien hecho, y a saber que cualquier logro se debe alcanzar con voluntad. Esa vivencia en un adolescente que miraba al mundo con curiosidad forjó un carácter férreo y una gran capacidad de trabajo que le ha distinguido en su camino. Por eso no es difícil comprender una de sus máximas: ‘el esfuerzo es la verdadera asignatura de las cosas’,y es verdad, porque con ese esfuerzo —y mucho talento—, construyó una obra musical señalada entre las importantes de nuestra reciente historia.
Llegada a Madrid
Después emprendió una estancia en Madrid incorporándose al servicio militar desde la banda del ejército, y además asistiendo a las aulas de maestros como Julio Gómez (Composición), Francisco Calés (Contrapunto y Fuga) y el Padre Massó (Armonía), que impartían clase en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, donde culminó su carrera reglada con el Primer Premio de Contrapunto y Fuga. La enseñanza de esos reconocidos músicos garantizó solvencia y conocimiento, que fueron la base sólida desde la que Acilu voló en busca de su propio universo.
No era fácil la vida en Madrid de los años 50, pero cambió tareas más rentables y dispersas por el trabajo de tocar eventualmente el saxofón, lo que permitía a Acilu seguir con sus estudios atisbando una idea fija: dedicar su vida a la composición musical sin pretender cambiar el mundo, solo con el propósito irreductible de expresarse desde su obra, tratando de articular así su forma de pensar. Lejos de pretender ser un artista, siempre se consideró —y cito literalmente— ‘un trabajador de la música ante todo y ante todos’, un ejemplo de humildad que ha marcado su vida y que se hace imprescindible destacar hoy.
Después de entrar en contacto con Fernando Remacha —de quien recibió consejos en 1958—, y concluidos sus estudios, que estimularon una vocación por el aprendizaje que mantuvo siempre, los años 60 en Madrid fueron cruciales. Destacamos un trabajo de investigación sobre compositores navarros del siglo XVIII por encargo de la Institución Príncipe de Viana de la Diputación Foral de Navarra, llevado a cabo con la Beca Carmen del Río de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Además, obtiene en 1962, el Premio Samuel Ros por su Cuarteto núm. 1 titulado ‘Sucesiones superpuestas’. Ese mismo año, superó un concurso-oposición para conseguir una nueva ayuda de la Institución Príncipe de Viana; esta vez se trataba de una Beca Extraordinaria para ampliar conocimientos en el extranjero.
Andadura internacional
La salida fuera de España le puso en contacto con las técnicas y estéticas que no estaban a su alcance en aquel entorno. Viajó a París y obtuvo también una beca del gobierno italiano para trabajar en laVacanze Musicalide Venecia con Giorgio Federico Ghedini. En 1964 acudió al Corso Internazionale di Composizione que dirigía en Roma Goffredo Petrassi, y fue invitado al Internationale Ferienkurs für Neue Musikde Darmstadt, dirigido ese año por Henri Pousseur, Giörgy Ligeti y Milton Babbitt. En los cursos, conoció las corrientes de la vanguardia europea, que vivía momentos decisivos.
Un aspecto relevante que sin duda le distinguió fue la gran curiosidad y ambición por el conocimiento. El joven Acilu —ya formado entonces en materia musical— confesaba que en ese momento aprendió mejor a situar la música en el contexto cultural escuchando las ideas de los intelectuales que en los foros que defendían las técnicas compositivas más novedosas. Su ambición era crear su propio camino y decidió buscarlo en los grandes pensadores. De hecho, consideró siempre que tan importante como el contacto con los músicos, era escuchar a eruditos de la talla de Umberto Eco, Ronald Barthes, Edoardo Sanguineti, Giulio Carlo Argan, Jean Danielou o Diego Fabri, entre otros, y tuvo oportunidad de hacerlo en la Fundación Giorgio Cini de Venecia en el Corso Internazionale di Arte e Cultura nella Civiltà contemporanea. Allá compartió aula y reflexión con personajes reconocidos de otras especialidades con los que selló amistad cómplice, y señalo aquí la que disfrutó con Rafael Moneo, un compañero de confidencias que permanecieron pasados los años de juventud y emprendimiento.
Vuelta a España
De nuevo en España en 1966, establecido en Madrid y con la inamovible decisión de dedicarse a la composición musical, empezó a realizar trabajos de investigación sobre lingüística aplicada a la música en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Mantuvo siempre su interés en torno a la fonética para exponer el potencial expresivo de distintas lenguas con las que trabajó: castellano, euskera, alemán, inglés, francés o latín.
Su labor culminó en obras para voz importantísimas, trabajos musicales sin precedentes hasta entonces (Arrano Beltza, Hymn to Lesbians, Dilatación fonética, Aschermittwoch, Omaggio a P. P. Pasolini, De rerum natura y un largo etcétera) en los que Acilu aplica un intensivo análisis científico en fonología y fonética. Como explica la musicóloga Marta Cureses, ‘al mismo tiempo que el maestro trabajaba en España sobre estos sistemas de análisis lingüístico, en Europa y sin tener ninguna conexión directa, lo estaban realizando compositores como Luciano Berio o Luigi Nono, o semiólogos de la talla de Jean-Jacques Nattiez y Nicolas Ruwet’. Quizá por eso, el profesor Franz Peter Goebbels, siendo titular de Análisis en los Cursos Internacionales de Música en Compostela, eligió la obra Presencias (escrita para piano) como trabajo obligado.
Durante toda su vida, estudió a científicos como Ferdinand de Saussure, pensadores como Eco, Marx, Aristóteles (llamaba mi devocionario a su Metafísica mientras Epicuro, Eurípides y Lucrecio fueron inspiración para algunas de sus obras), y mantuvo siempre la referencia constante a autores como Kant, Hegel, Teilhard de Chardin, etc. No podemos dejar de destacar su estudio en profundidad de los trabajos sobre filosofía de la música del insigne ensayista navarro Juan David García Bacca.
Su faceta docente
Hizo compatible el trabajo de investigación y el de creación con las tareas docentes. En 1978 se incorporó por oposición al Real Conservatorio Superior de Madrid como profesor de Armonía (puesto en el que se mantuvo hasta su jubilación), pero entre 1984 y 1987, impartió en el Conservatorio de Música Pablo Sarasate de Pamplona (con el patrocinio del Gobierno de Navarra), unos cursos estables sobre Técnicas de Composición Contemporánea, los únicos que hizo específicamente sobre esa materia. Esas enseñanzas dieron pie al nacimiento del llamado Grupo de Pamplona de compositores/Iruñeako Taldea Musikagilleak(integrado por Patxi Larrañaga, Jaime Berrade, Luis Pastor, Vicente Egea y Teresa Catalán), nacido a la sombra del referente ético y del planteamiento riguroso que tanto él como Ramón Barce —que impartió Sociología de la Música también en Pamplona— implementaron en su alumnado.
Tratando de profundizar en el perfil docente de Acilu, señalo que uno de sus objetivos principales en aquellos cursos —y que confirmó en cada una de nuestras habituales conversaciones de trabajo que se prolongaron durante tantos años— fue transmitir sus principios basados en la autoexigencia, la búsqueda y la reflexión. Por supuesto, mantuvo un empeño constante en convertir la información en conocimiento, o lo que es lo mismo, un auténtico maestro que trasladó lúcida y generosamente una gran solidez en el lenguaje técnico, siempre buscando autonomía de pensamiento, con el propósito de alcanzar una identidad propia. Exactamente, el marco que él mismo sostuvo como compositor.
Agustín quedaba en evidencia en el momento en que se conocía su talante personal. Era un hombre de mirada franca, observador, reflexivo, rotundo, curioso y leal con sus amigos, con los que compartió —instalado definitivamente en Madrid— sesiones vespertinas interminables cavilando sobre músicas o con cualquier asunto de fondo.
Los inicios no fueron fáciles, pero sacrificó todo ante lo que consideró su cometido por encima de cualquier otra posibilidad: ser un creador, un compromiso que mantuvo hasta el límite de sus fuerzas priorizando esa actividad a cualquier otra que le restara opciones para realizar su empeño. Frases como ‘nunca cambies tiempo por dinero’ o ‘hay que renunciar al éxito para ser más libre’ muestran su verdad sin que sea necesario añadir nada.
El compositor
Fue miembro conspicuo de la llamada Generación del 51, y junto con otros colegas de ese grupo, Ramón Barce como presidente, Claudio Prieto, Miguel Ángel Coria, Jesús Villa-Rojo, Francisco Cano y Carlos Cruz de Castro, fue fundador de la Asociación de Compositores Sinfónicos Españoles, que supuso un gran esfuerzo en la unión y defensa de los intereses comunes de los músicos.
Además, a lo largo de su carrera obtuvo importantes reconocimientos: representó a Radio Nacional de España en el Premio Italia con Interforismos para soprano, barítono, coro de cámara, efectos especiales y orquesta sinfónica; y en la Tribuna Internacional de Compositores de la UNESCO con Aschermittwoch para voz y conjunto instrumental.
Obtuvo en dos ocasiones el Premio Nacional de Música, en 1971 por el Oratorio Panlingüístico (con textos en euskera y castellano), y en 1998 vuelve a recibirlo, en esta ocasión por el conjunto de su obra.
Entre otros galardones, el Gobierno de Navarra le distinguió con el Premio Príncipe de Viana de la Cultura, le concedieron la Medalla de Oro del Real Conservatorio de Música de Madrid y fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Pública de Navarra.
En su obra nada es improvisado ni azaroso y se desarrolla en un work in progress. Uno de los aspectos que mejor la significa y diferencia es el hecho de un pensamiento relacionado en constante evolución, que le ha permitido plantear su trabajo con una organicidad extraordinaria. Esa lógica, sostenida en permanente tensión y crítica, ha hecho del corpus musical del maestro, un bloque coherente y original, y es porque Agustín González Acilu, como compositor, se ha implicado en la tarea más difícil: ha conducido su vida y obra abiertamente en el viaje hacia el interior de sí mismo, asumiendo el riesgo de hacerlo con sinceridad, sin posturas rentables o circunstancialmente correctas. Solo un creador seguro de sus objetivos es capaz de discriminar con tanta justeza lo sustancial y su presentación, orientando su misión sin intereses bastardos, hacia el conocimiento.
Su reflexión continua en torno a la técnica se extendió buscando objetividad, convencido de que la música no genera mayor interés acústico cuando es más compleja. Las preguntas en torno al tipo de física que organiza la memoria y su conciencia, o el estudio de los límites, fueron —entre tantas cuestiones de fondo— la marca de su filosofía, declarando siempre que dudaba de todo menos de la duda. Ahí está situado claramente Acilu, en el inconformismo de la búsqueda, entendiendo por búsqueda la que se desarrolla de manera noble y profunda, y no en el propósito de conseguir el mero derroche de ingenio superficial para encontrar a cada paso lo sorprendente o lo previsible. Agustín González Acilu va más allá porque concreta un intercambio semántico en el tejido de la máxima escenografía de la abstracción, es decir en la música, que es el resultado de la trascendencia del sonido si se maneja conscientemente.
Las características que más y mejor distinguen al maestro son la disciplina y la solidez de su visión hacia el hecho musical construido con firmeza, pero perderían sentido si no estuvieran mezcladas con el humanismo que respira y desde el que refuerza y sostiene su pensamiento. En este tiempo que destruye cuanto consume, encontrar un autor que fue capaz de mostrarse con las tres virtudes del creador —ética, consciencia y rigor— es algo que debemos celebrar, por la proximidad de su lección y porque garantiza la importancia del patrimonio que nos regala su inteligencia artística volcada en una obra indudablemente universal.
Desde su desconcierto inicial ante la irrupción de la atonalidad, huyó de la práctica tonal optando por el expresionismo —utilizando sus palabras—, ‘como medio para razonar e imaginar procesos sonoro-formales’, lo que le condujo a ver la música ‘como materia de investigación y experimentación abierta a todo género de posibilidades audio-expresivas’, siempre empeñado en liberarse racional y paulatinamente de ‘convencionalismos sonoro-históricos de raíz abiertamente subjetivista’, que consideró periclitados.
Agustín fue un gran músico, un humanista que nos deja en su legado un modelo ético de honestidad creativa, una obra característica que ha contribuido magistralmente a situar la música española en un lugar de reconocimiento incuestionable dentro del contexto general de nuestra cultura.
Concluiré con una respetuosa referencia personal, porque tuve durante muchos años, y hasta hace relativamente poco tiempo, el privilegio de ser su discípula directa en la especialidad de Composición. Su magisterio fue generoso, sin ocultar soluciones a problemas complejos que buscaba denodada y constantemente. Para los que fuimos sus discípulos, desaparece la figura acogedora del maestro y del amigo, un punto de apoyo cuando llegan las dificultades, la voz crítica que impide bajar la guardia y el guiño cómplice en tantos momentos de rebeldía.
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