Adriana Lecouvreur es una ópera que puede encuadrarse dentro de un verismo de corte aristocrático junto a títulos como Andrea Chènier y Fedora de Umberto Giordano o Tosca y Manon Lescaut de Giacomo Puccini, en los que los argumentos desaforados y tremendistas que caracterizan al movimiento verista se desarrollan en ambientes elegantes. El teatro dentro del teatro, otra de las características del verismo, se pone de manifiesto en esta ópera con una magnífica descripción del mundo teatral y sus entresijos, con números de conjunto muy en la línea de las óperas bufas napolitanas. Adriana Lecouvreur también tiene un toque francés por su gran finura melódica, un libreto realizado a partir de un drama teatral de autores franceses y porque parte de la acción se desarrolla en la famosa Comédie-Française; en una aristocrática mansión parisina se escenifica un ballet con música de estilo barroco francés
Por Diego Manuel García
Entre la composición y la docencia
Francesco Cilea (Palmi, Reggio Calabria, Reino de Italia, 23 de julio de 1866-Varazze, Liguria, República Italiana, 20 de noviembre de 1950) alternó la composición con una gran dedicación a la enseñanza. Mostró desde muy niño gran inclinación por la música y a los 7 años ingresó en el famoso Conservatorio de San Pietro a Maiella en Nápoles, en el que estudió piano y composición y donde, como ejercicio de graduación, estrenó su primera ópera, Gina, que él mismo dirigió en 1889. El éxito de esta representación supuso que el famoso editor Edoardo Sonzogno le encargase una nueva ópera, Tilda, cuyo estreno tuvo lugar en el Teatro Pagliano de Florencia en 1992, con una buena acogida, siendo representada con éxito en diferentes teatros italianos, lo que empezó a dar cierta notoriedad a su autor.
Su siguiente ópera, L’Arlesiana, estrenada en el Teatro Lírico Internazionale de Milán en 1887, e interpretada por un joven tenor llamado Enrico Caruso, no tuvo éxito, y Cilea decidió aceptar una plaza de profesor de armonía en el Conservatorio de Florencia. Un nuevo encargo de Sonzogno hizo que se pusiese a trabajar en la composición de una nueva ópera, Adriana Lecouvreur, estrenada en el Teatro Lírico de Milán en 1902, de nuevo con la interpretación de Enrico Caruso. El éxito fue extraordinario.
Ya muy conocido, compuso la que sería su quinta y última ópera, Gloria, estrenada en el Teatro alla Scala de Milán en 1907, con dirección del famoso Arturo Toscanini. El poco éxito de esta ópera hizo que Cilea se centrase de nuevo en la docencia: entre 1913 y 1916 en el Conservatorio Vincenzo Bellini de Palermo, y entre 1916 y 1935 en el Conservatorio San Pietro a Maiella de Nápoles, donde había realizado sus estudios. Francesco Cilea murió en Varazze (Región de Liguria) el 20 de noviembre de 1950.
La creación de Adriana Lecouvreur
Como ya se ha indicado, Adriana Lecouvreur surge como un encargo del editor Edoardo Sonzogno. Cilea elige como argumento el drama en cinco actos del mismo nombre escrito por Eugène Scribe y Ernest Legouvé, estrenado en 1849, y ambientado en el París de 1730, donde se narran los últimos meses de vida de un personaje real, Adrienne Lecouvreur (1692-1730), gran actriz de la Comédie-Française, muerta en extrañas circunstancias, y que mantuvo una apasionada relación con el conde Maurizio de Sajonia.
En la obra teatral se plantea el triángulo amoroso formado por Adriana Lecouvreur, la princesa de Bouillon y el conde Maurizio de Sajonia. El catalizador de la historia es Michonnet, hombre de teatro que dirige la Comédie-Française, quien está secretamente enamorado de Adriana. Maurizio siente una fuerte atracción por Adriana pero, debido a sus ambiciones políticas, finge estar enamorado de la princesa de Bouillon, una mujer muy influyente en la corte y que le puede ayudar en su carrera política. Cuando la princesa descubre la relación de Adriana y Maurizio, siente unos terribles celos, ya que la considera una plebeya entrometida. En una fiesta social en casa de los príncipes de Bouillon, a la que acuden Adriana, Michonnet y Maurizio —quien dedica su atención a la princesa ignorando a Adriana —, la actriz, a petición del público, recita el incisivo ‘monólogo de los reproches’, perteneciente al drama Fedra de Jean Racine, con la interesada utilización de algunos versos, para reprobar con dureza la conducta de la princesa, que se siente aludida y humillada. Su venganza consistirá en enviarle un ramillete de violetas envenenadas en un cofre, poniendo como remitente al propio Maurizio. Cuando Adriana abre el cofre, inhala el fatal veneno. Ya moribunda, recibe la visita de Maurizio, quien ha acudido a su lado para pedirle perdón por su conducta y decirle lo muy enamorado que está de ella. Ya es tarde, y Adriana muere en los brazos de Maurizio.
En la adaptación que el libretista Arturo Colautti hace de la obra teatral suprime el primer acto, y la ópera queda reducida a cuatro actos, siguiendo de cerca el desarrollo de la obra teatral a partir de su segundo acto. El argumento resulta bastante confuso, ya que ese primer acto suprimido es bastante aclaratorio de las interesadas relaciones de Maurizio con la princesa de Bouillon. Cilea compuso la música en Florencia entre diciembre 1900 y el verano de 1902. El estreno tuvo lugar en el Teatro Lírico de Milán, el 6 de noviembre de 1902, con la famosa soprano de la época Angélica Pandolfini como Adriana y el gran Enrico Caruso en el papel de Maurizio, junto al joven barítono Giuseppe de Luca (destinado a una gran carrera) interpretando a Michonnet. El éxito fue extraordinario y la ópera tuvo una rápida difusión en teatros italianos y extranjeros.
Su estreno en España se produjo en el Gran Teatre del Liceu en 1903; llegó a Londres en 1904, siendo repuesta en 1906; y al año siguiente se estrenó en el Metropolitan neoyorkino, interpretada por Enrico Caruso y Lina de Cavalieri. Desde entonces, esta ópera ha sido representada de manera intermitente, siempre en función del interés mostrado por grandes intérpretes, como Claudia Muzio, Magda Olivero, Renata Tebaldi, Renata Scotto y, en tiempos recientes, por la soprano rumana Angela Gheorghiu.
Una magnífica partitura
La partitura de Adriana Lecouvreur es de una gran finura melódica (que recuerda en muchos momentos a la música del compositor francés Jules Massenet), y está estructura en forma de continuum musical, donde desaparecen los números cerrados y son una serie de temas recurrentes los que hacen progresar la acción dramática. Esos temas están asociados a cada uno de los protagonistas y también reproducen ambientes y situaciones. El tema musical de Adriana aparece en su primera intervención solista en el Acto I, cuando interpreta el aria ‘Io son l’umile ancella del Genio creator‘, y marcará siempre su presencia escénica. El tema de Maurizio se escucha por primera vez en su aria ‘La dolcissima effigie‘, insertado en el gran dúo con Ariana del Acto I. El tema de la princesa de Bouillon, de carácter inquieto y amenazador, marca el comienzo del Acto II, como introducción orquestal a su gran aria ‘Acerba voluttá, dolce tortura‘, aunque ya ha podido escucharse en el Acto I, ejecutado por los metales, para mostrar musicalmente la interferencia que la princesa va a producir en la relación de Adriana y Maurizio. Este tema se convierte en el más importante de la ópera y reaparece en muchas ocasiones cuando la princesa está en escena en el Acto II y durante el Acto III en sus monólogos interiorizados donde se mezcla con el tema de Adriana. En el Acto IV se vuelve a escuchar en los momentos de máxima infelicidad de Adriana: en su patético dúo con Michonnet, también cuando recibe el mortal cofre con el ramillete de violetas envenenadas, y en el gran dúo final con Maurizio.
Otro tema de gran importancia en el desarrollo de la obra es el que muestra la gran pasión amorosa de Adriana por Maurizio y que puede escucharse por primera vez en el gran dúo de ambos del Acto II, asociado a la frase musical ‘Eri degno d’un trono‘. En la parte final de la ya citada aria de la princesa, con las frases ‘O vagabonda stella d’Oriente, non tramontar…‘, el tema musical de gran lirismo que se escucha está asociado al amor que la princesa siente por Maurizio y que volverá a reaparecer en el intenso y dramático dúo de ambas mujeres al final del Acto II.
La orquesta adquiere verdadero protagonismo solista en el precioso interludio orquestal del Acto II, con el predominante sonido de cuerda y maderas, donde puede escucharse el tema amoroso de la princesa y el que marca la presencia escénica de Maurizio. En la obertura del Acto IV (la única de ciertas dimensiones en toda la ópera), la orquesta interpreta un tema lúgubre lleno de negros presagios que anuncian el envenenamiento y muerte de Adriana, con el sonido de la cuerda grave al que sigue una triste melodía ejecutada por las violas, también por el oboe y el sonido en trémolo de la cuerda en alternancia con las trompas.
Brillante vocalidad
Adriana Lecouvreur precisa de cuatro magníficas voces: el papel de Adriana requiere una soprano lírica-spinta, con dominio del canto legato para unir largas frases, gran musicalidad y capacidad para las medias voces y las regulaciones de sonido, con una tesitura entre el Do 3 y el La bemol 4. Y, sobre todo, debe ser una gran actriz capaz de dotar a su canto de un alto grado de expresividad, con facilidad para pasar, sin solución de continuidad, de la declamación poética al canto a plena voz.
El personaje de Maurizio requiere un tenor lírico-spinto, con una depurada línea de canto, variedad de acentos y una gran capacidad para dominar pasajes de gran intensidad lírica y otros de marcado carácter heroico, con una tesitura entre el Mi 2 y el Si bemol 3.
La princesa de Bouillon requiere de una mezzosoprano que muestre un gran temperamento dramático, con muchos momentos llenos de frases amenazantes e imprecatorias, y que debe moverse bien entre una amplia gama de graves y una poderosa franja aguda, con una extensión entre el La 2 y el Fa 4. Solo aparece en los Actos II y III, pero su sola presencia domina totalmente la escena.
Michonnet, el enamorado secreto de Adriana, requiere un barítono lírico, de gran capacidad expresiva para mostrar su lado humorístico, en la línea de las óperas bufas napolitanas, junto a momentos de marcada tristeza y melancolía, con una tesitura entre Si bemol 1 y el Sol bemol 3.
Una característica común a estas cuatro voces debe ser su dominio del canto de conversación. También resulta importante en el desarrollo de la ópera la presencia de una serie de personajes secundarios: el príncipe de Bouillon (bajo), el abate de Chazeuil (tenor ligero) y sobre todo de los comediantes compañeros de Adriana —Poisson (tenor), Quinalt (barítono), Jouvenot (soprano) y dangeville (mezzosoprano)—, quienes intervienen en magníficos números concertantes en los Acto I y IV, marcados por un brillante y alegre tema musical. Resaltar las importantes intervenciones del coro, sobre todo en el Acto III.
Adriana es el personaje más importante de la ópera, con una impresionante entrada escénica en el Acto I, recitando versos de la obra Bajazet de Jean Racine ‘Dal sultano Amuratte m’arrendo all’imper‘ para, finalmente, pasar del recitado al canto a plena voz de la preciosa aria ‘Io son l’umile ancella del Geni creator‘, con una depurada línea de canto y donde la voz debe elevarse a un La bemol 4.
En el Acto III, con la intervención solista del violín, recita el intenso ‘monólogo de los reproches’, perteneciente al drama Fedra de Jean Racine ‘Giusto cielo! Che faci in tal giorno…‘, que finaliza dirigiéndose a la princesa de Bouillon de modo provocador ‘Le audacissimi impure, cui gioia é tradir, una fronte di gelo‘, para pasar, sin solución de continuidad, a cantar a plena voz ‘Che mai, mai debba arrossir‘ (‘Las impuras criaturas que disfrutan traicionando y cuyas sienes de hielo, nunca, nunca se ruborizan’). Todo un espectáculo que requiere de una gran intérprete.
Ya moribunda, en su patética aria del Acto IV, ‘Poveri fiori‘, dirigiéndose al ramillete de violetas envenenadas, debe ofrecer una auténtica lección de canto spianato, en tono intimista, utilizando medias voces y notas en pianissimo, para, en la sección final, abrir el sonido y expresar la desesperación que le produce su triste suerte.
Adriana interviene en tres arrebatadores dúos con Maurizio en los Actos I, II y IV. En el que se desarrolla en el Acto I se inserta el aria de Maurizio ‘La dolcissima effigie‘, que requiere un canto de intenso lirismo, capacidad para apianar la voz y atacar notas en pianissimo abriendo paulatinamente el sonido.
La princesa de Bouillon tiene que interpretar en el Acto II su aria ‘Acerba voluttà, dolce tortura‘, plena de fuertes acentos que derivan, en la sección final ‘O vagabonda stella d’Oriente…‘, a un canto de intenso lirismo donde debe elevar la voz a un Fa 4. A esta intervención solista de la princesa sigue su dúo con Maurizio, quien inserta su segunda aria ‘L’anima ho stanca‘, de suaves acentos y gran lirismo.
En el Acto III, Maurizio debe interpretar el aria ‘Il ruso Mencikoff recibe l’ordine‘, con un canto de carácter heroico, pleno de fuertes acentos, donde narra sus hazañas militares y la voz debe elevarse a un Si bemol 3. El personaje de Michonnet se luce sobre todo en sus intervenciones solistas: en el Acto I ‘Ecco il monologo‘, con un canto de corte intimista, y en el Acto IV ‘So ch’ella dorme‘ (pleno de tristeza y melancolía), al que sigue su dúo con una abatida Adriana. De gran dramatismo y arrebatado lirismo es el dúo final de Maurizio y Adriana, quien antes de morir llega a enloquecer creyéndose Melpómene (la musa de la tragedia). Una coda orquestal en pianissimo pone punto final a esta preciosa ópera.
Eufro Rojas dice
Pues, muy interesante e informativa tu reseña de esta bella ópera. Me ha sido útil. Pero no comparto contigo las recomendaciones que das de las grabaciones, en concreto me refiero a la del Coven Garden con Gheoroghiu y Kaufmann. Para mi actoralmente bien, aunque no me impresiona, pero vocalmente la Gheorghiu nunca logra ser el perosnaje musical de Adriana y Kaufmann, por favor… es muy deficiente su técnica, todo absolutamente todo lo canta igual. La Borodina , muy bien, pero le falta algo más de presencia escénica aunque vocalmente mejor que los protagonistas, pero aún lejos de la maravillosa Obraztsova en ese rol. Yo recomendaría la de Larín y Dessi en la Scala en el año 2000. Esa es solo mi opinión y de nuevo gracias por tu artículo muy bueno y bien escrito.
Gracias.