Por Alfonso Carraté
Sin querer entrar en polémicas sobre el origen geográfico del coronavirus, el título de la magnífica película de Nicholas Ray, un clásico cuya espectacular música de Tiomkin habrá de ser analizado en alguna ocasión por nuestro estimado Antonio Pardo Larrosa en su sección La música clásica en el cine, nos da pie a analizar la lamentable situación por la que ha atravesado la música en el último año, ahora que acaba de cumplirse el penoso aniversario del primer estado de alarma causado por la COVID-19 en España. No quiero dejarme llevar por el egoísmo pensando que la música ha sido la gran perjudicada en un país que sufre, pues todos somos conscientes de que hay sectores mucho más maltratados que el nuestro. Pero eso no es óbice para mostrar en este editorial nuestra solidaridad con todas las profesiones relacionadas con la música y las artes escénicas.
Según el balance presentado por el INAEM a finales d febrero, sus unidades de producción mantuvieron el respaldo del público en 2020, pero perdió más de 7,5 millones de euros de recaudación por la pandemia. En el mismo documento, podía leerse que ‘pese al cierre de sus recintos escénicos al público durante más de siete meses, las unidades han realizado este año cerca de mil funciones y conciertos, por lo que la programación del Instituto continúa en una media de cinco espectáculos diarios’. Sin duda, el esfuerzo de la administración central ha sido encomiable. Pero si tenemos en cuenta que estas cifras se refieren únicamente al INAEM, es difícil imaginar las pérdidas acumuladas por todas las instituciones musicales y teatrales autonómicas y locales. Supondría una investigación periodística de gran envergadura, que no es el objeto de este editorial, y que tampoco es necesaria para hacerse una idea de la catástrofe que estos 365 días han supuesto y puede que sigan suponiendo durante unos meses más para las arcas públicas.
Sin embargo, al igual que en la mencionada 55 días en Pekín, no es el sector público el único que sufre y, desde luego, no es el que soporta más cargas ni las más duras. Se ha querido comprar en muchas ocasiones esta lucha contra el virus con una guerra y, como en el filme, ante tanto encierro, muerte y sufrimiento, no hay únicamente grandes figuras visibles a lo Charlton Heston, sino auténticos héroes anónimos y ciudadanos de a pie que han mantenido el tipo o han perecido en el intento. Desde agrupaciones de cámara y solistas hasta orquestas privadas y pequeñas (o no tan pequeñas) compañías de teatro y de ópera privadas han visto mermada o cercenada su actividad y sus ingresos (cuando han tenido el valor de seguir trabajando con aforos mermados o reducidos drásticamente) sin recibir grandes apoyos que les hayan permitido salir adelante. Hay que aplaudir el esfuerzo del mencionado INAEM al convocar en 2020 unas ayudas excepcionales a la danza, la lírica y la música. Lamentablemente no podemos decir que hayan sido suficientes para paliar tanta penuria.
En Pekín, la ciudad se vio asediada y cerrada durante 55 días por unas fuerzas muy superiores a las que existían dentro de sus muros. La ansiosa espera de un ejército salvador mantuvo con vida y con esperanza a los asediados. Nosotros, después de 365 días vemos ya llegar de lejos las fuerzas liberadoras de la vacuna y los programadores utilizan una vez más toda su imaginación y pericia para poner en marcha los festivales de verano y la temporada 2021/22 en orquestas y teatros. Todos unidos por la común ilusión de que las puertas puedan abrirse a un número de aficionados suficiente para que el patio de butacas vuelva a ser algo parecido a o que siempre ha sido.
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