Por Alfonso Carraté
Los espartanos lo tenían a gala: no rendirse siempre ha sido de valientes. A veces, quizás, también de temerarios. Depende de las circunstancias. Si te rindes a la primera de cambio, eres un cobardica. Si no te rindes cuando la cosa pinta realmente mal, empiezas a ganar fama de valeroso. Y, si sigues luchando cuando la muerte es inminente, podrías parecer temerario. Otros dirían heroico. El siguiente paso es mantenerte en pie después de muerto. Pero yo solo conozco el caso de El Cid, con quien ya entramos en la leyenda. Y los músicos españoles, ¿dónde quedan con la crisis de 2020, según este esquema?
Es una crisis que quiere empezar a diluirse poco a poco. Durante tres meses, el sector ha ido pasando por todos los escalones mencionados: primero fue preciso cancelar la actividad musical. No se sabía cuánto podía durar aquello pero nadie creyó que fuera para demasiado tiempo y se rehicieron programaciones orientadas a una vuelta a los escenarios en pocas semanas. Después se vio que la cosa iba para meses. Todos, solistas, agrupaciones de cámara, orquestas y teatros empezaron a dudar de que en verano ya se pudiera aparecer ante el público. Y a continuación nos invadió el pánico absoluto: esto podía durar muchos meses, quizás años. Mientras no hubiera una vacuna, con las posibilidades de que llegaran los rebrotes del virus, con el avance del maldito bicho a escala mundial, lo mismo no había temporada 2020-2021.
Pero la música no se rindió. Lejos de hacerlo, sucedió todo lo contrario. La imaginación, el trabajo intenso, la inventiva y el buen hacer surgieron por todos los rincones: desde conciertos en casa ofrecidos en las redes sociales y en internet, hasta las programaciones pensadas para realizar toda una temporada con conciertos en streaming, pasando por una inmensa variedad de locas y sabias ideas: que se habla de la posibilidad de reducir aforos al 30 % y no puedo aguantar con la taquilla que esa restricción me reporta, pues hago dos pases en cada concierto, reduciendo los tiempos; que los músicos puede que tengan que estar separados por mamparas, pues las voy comprando para mi orquesta; que no puedo abrir al público, pues llego a acuerdos con las televisiones. Y así, una detrás de otra.
Mientras tanto, el INAEM se reunía en mesas de trabajo con representantes de asociaciones tan necesarias como importantes: AEOS (orquestas sinfónicas), FestClásica (los festivales españoles), Ópera XXI (las temporadas de ópera) y muchas otras del sector, para buscar respuestas a las preguntas que todos tenían, y no solo afectaban al aforo: ¿a qué distancia podrán estar los músicos en el escenario?, ¿tendrán que llevar mascarilla?, ¿y los de viento?, ¿y los cantantes?, ¿y qué pasa si es una orquesta de foso, donde está más ajustado el espacio? Y así con más y más dudas, reuniones, trabajo incansable, sondeos al sector, incertidumbre, miedo. Pero no conozco a nadie que se haya rendido.
Hace unos días, fruto de aquellas reuniones, el INAEM publicó su Código de buenas prácticas. Algunos festivales de verano se han puesto en marcha. Orquestas y teatros van presentando sus respectivas temporadas. Ha primado la consigna de recolocar a los artistas que han perdido sus conciertos durante el confinamiento, gracias, entre otras cosas, a que los músicos se han hecho oír; y, cómo no, a la sensibilidad de la inmensa mayoría de los programadores. Nunca vi al sector tan unido. Tampoco han faltado los competitivos, que siempre pugnan por ser los primeros en algo: los primeros en volver al escenario, los primeros en esto y los mejores en lo otro. Pero, por norma general, si la música no se rindió en 2020 fue, más que nada, porque se mantuvo unida.
La incertidumbre sobre el virus sigue acechando. Nadie sabe cómo se comportará. Pero el tren no ha llegado a pararse en ningún momento y, aunque sea manteniéndolo en punto muerto, con el motor arrancado, será más fácil ponerse de nuevo en marcha cuando llegue el momento.
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