‘Entre la Andalucía por dentro y la Andalucía por fuera, colorista y animada, Giménez, andaluz de pura cepa, artista desenfadado que no quiso afiliarse a secta estética alguna para no renunciar a su espontánea y libre expresión de su temperamento, demostraba en sus obras una fina sonoridad orquestal, contrastes de color y de ritmo, de tan delicados trazos, reveladores de la noble maestría de aquel músico’.
Por José Manuel Gil de Gálvez
Conrado del Campo
Es justo recordar que este año celebramos el 100 aniversario del fallecimiento de Gerónimo Giménez (1852-1923), efeméride prácticamente desapercibida. Desde mi punto de vista, el andaluz es uno de los compositores más relevantes que ha dado España pues, sin duda, ocupa un lugar en ese primer escalón donde habitan Albéniz, Granados, Rodrigo o Turina, y donde posee sillón especial Manuel de Falla.
No es lugar ni pretensión hacer comparaciones, pero sí que lo es recordar en su justa medida a un compositor que, por su calidad, producción e influencias posteriores en la generación de los maestros, se gana un importante espacio en nuestro universo musical. Aunque, tristemente, pasados ya cien años de su marcha, aún lloramos algunos la pena de encontramos ante un artista subestimado por muchos por haberse ganado la vida componiendo para el género chico, mal llamado, pues la zarzuela de perfume fresco y de líneas sencillas adquiere grandeza por sí misma… al menos para el que suscribe.
Un sólido violinista que floreció como gran director
Giménez nació Sevilla, pero cuando contaba con 2 años la familia se trasladó a Cádiz, la ciudad de su infancia y juventud. Comenzó como niño de coro en la Catedral. A los 7 años fue matriculado en la Academia Filarmónica de Santa Cecilia, que posteriormente se acabaría convirtiendo en el Conservatorio de la ciudad. Estudió música con su padre y, posteriormente, con Salvador Viniegra y Valdés, persona muy renombrada en la ciudad que vivía en la plaza de la Candelaria, donde tenía incluso un museo con muchos instrumentos musicales, además de conexiones e influyentes contactos. Viniegra poseía una gran biblioteca con un trascendente legado musical. Allí realizaba veladas y tertulias y, entre sus instrumentos, destacaban violines manufacturados por Bergonzi, Gagliano, Da Salò y algunos ‘granadinos’. Sin duda, el maestro Viniegra acumulaba la tradición de una ciudad que en el siglo XVIII ya poseía cuatro grandes teatros con sus respectivas orquestas, además de una gran capilla catedralicia, que dio lugar a nombres de grandes violinistas como Felipe Libón o Lucas Guenée, entre otros.
Cádiz era una ciudad donde simultáneamente convivían lo popular y lo culto. Las verbenas del puerto, cafés cantantes, fiestas de tabernas, tascas y ventorrillos de Puerta Tierra; y, por otro lado, la música de salón en las grandes casas solariegas de la burguesía. A los 12 años Giménez ya era el primer violín del Teatro Principal de Cádiz y con 17 años asume la dirección de una compañía de ópera y zarzuela. El salto a la dirección de orquesta lo dio en 1868 en Gibraltar, pues siendo primer violín de la orquesta en una gala operística, el director se indispuso y aquel joven violinista lo sustituyó con muchísimo éxito, comenzando así su carrera como director.
Posteriormente, su profesor Viniegra se afanó en buscarle una beca para estudiar en París, y lo consiguió. Allí estudió, ni más ni menos, con el gran violinista Jean-Delphin Alard, ampliando posteriormente su formación en Roma. En esta conexión de momentos y relatos, no descartamos que la conexión parisina con el violinista francés se la pudo procurar el gran Pablo de Sarasate pues, aún siendo director en Cádiz y ya componiendo para sus estrenos en Madrid, tuvo el privilegio de dirigirlo. Sarasate, feliz por el resultado de la actuación dijo: ‘La orquesta demostró́ que el profesorado de Cádiz es muy instruido y que bajo la dirección de Giménez se pueden hacer grandes empeños artísticos’.
El maestro Giménez estuvo doce años al frente de la Orquesta de la Sociedad de Conciertos de Madrid, entre los años 1891 y 1902, aquella con la que también estaba relacionado el sobresaliente violinista y compositor cántabro Jesús de Monasterio. Allí colaboró con el violinista José del Hierro y dirigió nuevamente a Pablo Sarasate en la temporada 1894-95, donde estrenó obras del insigne violinista Navarro. Igualmente tuvo la ocasión de dirigir a muchas agrupaciones en diferentes teatros, incluso estrenó en España la gran ópera Carmen de Bizet. Entre sus méritos como director, también está el dar a conocer el repertorio sinfónico centroeuropeo en Madrid, pues aún no estaba normalizado, programando obras de Brahms, Schumann o Mendelsohn, entre otros.
Los testimonios abalaban su sentido finísimo del ritmo, ligereza y gracia en su música, con un gesto casi imperceptible que le hacía lograr lo que quería. El almeriense José Padilla lo definió como ‘fino y ensimismado, imagen de la honda melancolía andaluza’. Era apreciado por los músicos. En cierta ocasión, tras un concierto le indicaron que estos se habían equivocado y él contestó: ‘yo me equivoco, los músicos de mi orquesta no’. Giménez, además de ser un gran director, tuvo una predilección obvia por el violín siendo este el instrumento que perfuma toda su música.
De excelso compositor a ser maestro de la sencillez
En el plano de la composición, y sobre todo en los comienzos, fue ayudado por Chapí. Posteriormente, la amistad entablada con Amadeo Vives durante años le granjeó en su última etapa de vida una encomiable ayuda. Fue autor de muchísimo éxito en la zarzuela, que le llevó, sin duda, a dedicarse a ella por encontrar en esta un buen medio de vida y mucha fama con estrenos, incluso simultáneos, en múltiples teatros. Compuso casi doscientas piezas, colaborando con frecuencia con los hermanos Álvarez Quintero.
En sus obras, Andalucía está presente por todos lados, especialmente, y con gran lógica, las provincias de Cádiz y Sevilla. Con una carrera granjeada de éxitos en sus estrenos hemos de detenernos en su obra Trafalgar, zarzuela en dos actos estrenada en 1890, que hizo en colaboración con su paisano, Javier de Burgos, sobre un episodio nacional de Benito Pérez Galdós. Esta partitura supuso un punto de inflexión en la carrera del músico por su gran triunfo. Los diferentes actos de la zarzuela transcurren en escenarios gaditanos como el Muelle del Puerto, la calleja de la Isla de León, la Alameda Apodaca, etc.
Obviamente, destacables son las obras que compuso en torno a la figura del gaditano Luis Alonso, basadas en libretos de Javier de Burgos. El mundo comedia es o El baile de Luis Alonso se estrenó en 1896 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. De Burgos se servía de su tierra, Cádiz, para sus sainetes y, pensando en el actor Julián Romea, recordó a un tipo que existió en la Cádiz de 1840, Luis Alonso, profesor de ballet clásico, estilo cañí y gitano. Esta pieza produjo un efecto enorme sobre el Madrid teatral, algo que le benefició, pues llevaba unos años de poco lucimiento. El tremendo éxito les encamino a crear la segunda parte con La boda de Luis Alonso o La noche del encierro.
La tempranica es, quizá, su obra maestra, una de las piezas más perfectas escritas para la zarzuela. Romea escribió el texto de La tempranica en lengua calé como perfecto conocedor de sus costumbres. Esta obra acabará encumbrándole en el año 1906, pues fue programada por el Teatro Real.
Hemos de recordar igualmente que Giménez abordó en su vida piezas de otros géneros musicales distintos a la zarzuela, muchas hoy en paradero desconocido, y algunas muy poco conocidas, sobre todo de su época de juventud.
Una influencia vital en la generación de los maestros
Gerónimo Giménez aúna en su obra la maestría de la composición junto a la inspiración de la música popular española. En sus partituras podemos encontrar una escritura brillante en su forma y técnica, que conjuga perfectamente con sones y coplas andaluzas que él conocía a la perfección. El folclore popular se presenta en forma de fandango, jaleo de Jerez, soleares o boleras, llevando a beber al maestro a las fuentes más profundas de la memoria popular y también a tomar la inspiración en obras precedentes como Recuerdos de Andalucía, opus 22 de Gottschalk, que usó en el ‘Intermedio’ de La boda de Luis Alonso, no siendo este el único ejemplo.
Ni que decir tiene que muchas de las composiciones de Falla están influenciadas por Giménez de forma evidente. Es el precursor de su escritura, sobre todo del género instrumental. Gómez Amat y Turina, en su pequeña historia de la música, dicen al respecto: ‘Se ha señalado a Felipe Pedrell antizarzuelista furibundo, como el creador del nacionalismo musical español. Pedrell fue un investigador y un apasionado teórico, sin embargo, las escuelas en arte se hacen con obras y no con teorías. Manuel de Falla, que admira con generosa gratitud a su maestro Pedrell, le debe muy poco a su obra y en cambio mucho a Chapí y Giménez’.
En parte cierto, porque solo basta comparar fragmentos de Falla con preludios e intermedios de Giménez. Sobre todo, en su escritura sinfónica, el uso de ritmos populares que luego Falla llevaría a una exquisita plenitud. Las bodas de Luis Alonso, y sobre todo La tempranica, fueron inspiración vital para La vida breve de Falla. También este influjo se intuye en Turina e incluso destella en Rodrigo. Precisamente he dirigido hace unos días a la Orquesta Filarmónica Nacional de Venezuela en el Teatro Teresa Carreño con obras de todos ellos, y el discurso musical es transversal y evidentísimamente unívoco en multitud de parámetros. Sin embargo, no podemos dejar de puntualizar que la influencia de Pedrell en Falla sí que está presente, pues se encuentra enraizada en el plano estético, vital en la creación del gaditano, pues fenomenológicamente es el más trascendental de todos.
Para finalizar, hemos de decir que quizá su pecado fuese el encasillamiento en el teatro lírico, impidiéndole un reconocimiento mayor. Es más, también se le ha subestimado por su identificación con lo andaluz, con lo español, visiones sesgadas que no aguantan un solo análisis serio y que responden a razones que nada tienen que ver con el arte o la música, sino más bien con la desmemoria interesada. Analicen el Giménez más sinfónico, el de las oberturas e intermedios, el de las obras que extralimitan el género chico, y entenderán bien lo que digo. Escúchenlo más, prográmenlo más…
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